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La otra cara del crimen

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Fue asesinado por otro chico en uno de los barrios más conflictivos de Comodoro Rivadavia. Una historia que su hermano, artista hiphopero, narra con ritmo propio trazando así una postal diferente de la inseguridad: la que soportan los pibes pobres.
La otra cara del crimen
Un pibe que mata a otro pibe en un barrio pobre de Comodoro Rivadavia: podría ser una historia tan relevante como media página de una noticia amarillista, tan dolorosa como las lágrimas de sus familiares y amigos, tan decisiva como la prisión para el asesino, sólo eso si en ella no apareciera Asterisco, artista rapero y hermano del chico asesinado, para construir justicia por fuera de la justicia, verdad al margen de los medios y conciencia en un barrio al que le robaron hasta el futuro.
Portación de cara
Cesare Lombroso fue un científico del siglo 19 que elaboró una teoría que explicaba el delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético, asociadas incluso a ciertos rasgos físicos y fisionómicos como la forma del cráneo, de la mandíbula, las orejas y hasta los ojos, una especie de identikit del crimen.
Las teorías lombrosianas del siglo 21 en Argentina son más bien prácticas que científicas y tienen como blanco a los pibes jóvenes y morochos de las barriadas pobres de las ciudades; los detalles físicos podrían ser hoy reemplazados por sus vestimentas. Franco Ortega, 20 años, gorrita con visera, amiguero, nació y se crió en el barrio Jorge Newbery de Comodoro Rivadavia, donde la única presencia estatal es el brazo ejecutor del Estado lombrosiano: la policía. Vuelve Lombroso cuando Asterisco me dice: “La cara de mi hermano es la cara de todos los pibes”.
Si Newbery es uno de los barrios más marginados de Comodoro, la zona ubicada sobre el cerro está aun más aislada geográfica y socialmente. Se accede únicamente mediante unas escalinatas metálicas, por lo que los autos no circulan. No existe una escuela, un centro de salud, ni talleres ni una murga que le dé algo de alegría. La sede vecinal es un tráiler de camión, literalmente. Las casas se amontonan en pasillos bien angostos. Asterisco la ilustra como una favela, aunque la originalidad del tráiler municipal difícilmente encuentre comparaciones. “Ser del cerro” sienta así una posición social estigmatizada para el resto de Comodoro. Los pibes se quedan ahí arriba y raramente bajan al resto de Newbery, mucho menos a la ciudad.
Como otras ciudades de la Patagonia, Comodoro Rivadavia está marcada por la industria petrolera, lo que social y económicamente divide aguas entre quienes trabajan en esas empresas y quienes no. El destino se dirime según contactos y cuestiones hereditarias (acá sí entra Lombroso): “Mucha de la gente que tiene poder adquisitivo no terminó la secundaria, no estudió, entonces trabajar no tiene que ver con la clase social. Quizás en el mismo barrio tenés casas enormes, de dos pisos, una 4×4, pero el viejo que vive ahí es más mataco que vos. O al revés: deja el techo de chapa y el piso de tierra, pero gana 20 lucas. Se quedan ahí porque son de ahí”, relata Guillermina, compañera de Asterisco.
La desigualdad social convive así en un mismo barrio (pobre) y está a la vista de todos. La violencia se cuece en esa diferencia palpable. Los pibes del Cerro crecen en un barrio donde las armas, las drogas y la prostitución no son cosas de grandes y están a la vuelta de la esquina. “Me preguntaban: ¿lo quisieron asaltar a tu hermano? No, es otra cosa. Es la violencia estatal, del mercado, que tiene la cara de un pibe que mata a otro pibe. El chabón que mató a mi hermano, en ese momento, tenía el rostro del Estado, tenía el rostro del capitalismo que empuña un cuchillo y mata a un pibe pobre. No lo tomo como el asesinato de mi hermano y me cuelgo la foto; me cuelgo la foto porque mi hermano son miles, millones de pibes. Yo tengo la cara de Franco, cualquier pibe de barrio tiene la cara de mi hermano, una cara que se estigmatiza”.
La versión de los hechos
Franco era albañil, dibujante, buscavida, pibe de 20 años que su última noche estaba jodiendo con amigos en una casa cuando decidió irse, solo, temprano, porque al día siguiente, sábado, tenía que cambiar la membrana del techo de una casa. Eran las primeras horas del sábado 23 de junio.
Franco sale a la 1:40 de la casa de su amigo y va por los pasillos; encuentra a un conocido y lo saluda; sigue por un pasaje. La secuencia que viene después la reconstruye este conocido que saludó a Franco, hoy testigo principal del crimen: “Cuando él va pasando por una casa que funciona como prostíbulo pasa algo: suponemos que habrá querido pegarle a los perros, porque ahí los perros son algo con que tenés que lidiar. Entonces sale este pibe de 19 años que trabaja haciendo favores a los fiolos: 1:50 de la madrugada. El pibe se pone a discutir con mi hermano. El loco le mete tres piñas, mi hermano cae, y lo que dice el testigo es que Franco empieza a retirarse de la pelea. El otro, cuando él se está yendo, lo agarra por la espalda y lo ataca: le mete una puñalada detrás de la oreja derecha, y cuando mi hermano cae, lo da vuelta y le mete otra puñalada en el ojo derecho, le revienta el nervio ocular y parte del cráneo”. Esa sería la herida que le costó la vida un día más tarde.
Veinte minutos después llega la policía; treinta tarda la ambulancia. Siguiendo los preceptos lombrosianos, lo primero que hacen los efectivos es esposar a Franco, malherido.
El testigo reconstruye la escena para la policía: confirma que Franco había tomado un par de cervezas y eso lo había dejado indefenso; otro vecino también vio el ataque, pero se niega a ser testigo porque tiene un hijo preso y teme represalias policiales. Finalmente encuentran al agresor, de apellido Huenuman, que ya se había cambiado la ropa manchada con sangre; encuentran también el cuchillo. Hasta que su sentencia quede firme, se mantiene desde aquel mismo día en prisión preventiva y por su propia seguridad: “Si sale, lo matan”, resume Asterisco.
Luego del asesinato en plena a noche, salen de esa casa las tres mujeres que ahí se prostituían, custodiadas por la policía. Los días siguientes, los amigos de Franco queman ese rancho vacío. La bronca la desata la impunidad que resguardó al fiolo y la muerte de Franco.
Informar para estigmatizar
En agosto de este año, el diario La Nación etiquetó a Comodoro como “la capital del crimen”, justificando el mote en un informe que registró el siguiente índice: 14 homicidios cada 100 mil habitantes. La noticia recopila voces de vecinos asaltados o heridos o de familiares de víctimas, como para ilustrar las cifras. Omite, en cambio, metáforas de la vida chubutense: Mario Das Neves, gobernador 2003/2011, marchando él mismo a la cabeza por la seguridad –si él marcha, ¿quién debería garantizarla?–; o que Martín Buzzi, hoy gobernador, ganó las elecciones provinciales tras gestionar la seguridad de Comodoro hasta 2011 con más policías y cámaras de seguridad.
El otro diario que atiende a Comodoro es Crónica en su versión patagónica: “Desde siempre fomentan la identidad de una ciudad peligrosa, de jóvenes peligrosos, de determinadas características, que roban, que por eso los matan. Alimentan la xenofobia”, es la lectura de Asterisco. Da un ejemplo: mientras Franco todavía peleaba por su vida en el hospital, Crónica publicó que, según sus fuentes, él estaba adentro de un Peugeot 206, propiedad de Huenuman, el asesino. “Ni se tomaron la molestia de ir al barrio, porque si van sabrían que los autos no pueden subir al cerro”, explica Asterisco.
Post-estado
Asterisco tuvo la misma infancia que su hermano Franco, zarpada, al límite, pero los caminos del hiphop lo sacaron de esos círculos destructivos y le empezaron a dar causa a su rebeldía. Hoy es un rapero reconocido, con letras de corte social y una militancia artística que viaja por los barrios. Guillermina, su compañera, también es actriz y juntos trabajan de clowns en lo que han decidido llamar Sin Fin Teatro, un grupo artístico itinerante con sede en Pilar.
Ambos fueron responsables del armado y sostenimiento de la muestra Ningún pibe nace para chorro, organizada por lavaca y que viajó inclusive hasta ese Comodoro Rivadavia. “Uno si bien venía laburando con estas cosas, con estos discursos, ahora que te pasa de cerca, la vida te pregunta: ¿vas a seguir manteniendo ese discurso o no?. Porque en el momento en que te pasa algo así están todos especulando con el discurso de los familiares, y si uno habla desde el dolor y la bronca puede decir muchas pavadas”. Eligieron entonces el silencio mediático, la acción barrial y la presión estatal.
Corrían con desventaja: el 1° de julio empezaba la feria judicial. Desde el vamos les negaron una copia de la causa por no ser parte de la querella, lo que anuló cualquier posibilidad de empujarla. Comenzaron, entonces, un raid por fiscalías y oficinas estatales de Comodoro. Los citan primero de la Secretaría de Derechos y Garantías, donde los atiende una abogada. “Nos toma todos los datos, llena una planilla y luego nos dice: ‘Bueno, algo me contaron de lo que pasó, a ver, cuéntenme ustedes. Le dijimos que estábamos organizando un festival y le presentamos nuestra postura sobre las cosas que faltaban en el barrio. Entonces nos respondió: ‘Mirá, en cosas políticas no nos metemos’. Ahí nos levantamos y no fuimos a los gritos”, relata Asterisco, que ahora recuerda con gracia la escena. “Como dormíamos de casa en casa, andábamos con una bolsa de ropa sucia: sucia en serio. Y salimos tan apurados que me la olvidé –cuenta Guillermina–. No daba para volver después de todo lo que le habíamos gritado, así que decidimos dejarle como regalo nuestro peor olor a pata”.
Las otras entrevistas siguieron en la fiscalía y en la Procuraduría fiscal, donde les ofrecieron el “servicio de atención a la víctima”. Asterisco: “Mi familia no es víctima de nada porque mi mamá no vive en el barrio, mi hermano más chico no vive en el barrio, ni yo… Lo que pedimos, entonces, no es para nosotros: es para los pibes que viven en ese barrio. Ellos son los que están inseguros. Así que fijate lo que está pasando ahí: si vos no llorás, no saben qué hacer”.
Qué hacer
Pasaron tres semanas hasta que los pibes del barrio, motivados por Asterisco y Guillermina, maduraron la idea de transformar la pérdida de Franco en un festival artístico. De tanto ir a tocar solidariamente a otros festivales contra la impunidad, Asterisco tenía a mano un caudal de raperos y amigos que podían acompañarlo. Guillermina se encargó de los bailes y de ambientar el lugar; graffitis, poetas, payadores completaron la grilla. Los pibes se encargaron de hacer, cortar y pegar los afiches en el barrio, pero también en otros lugares de la ciudad; consiguieron la parrilla e hicieron una vaquita para la choripaneada.
Fue el domingo 29 de julio. “Para nosotros es importante que los pibes hayan escuchado a un trovador, a un poeta, a raperos con letras muy sociales… Ellos pensaban que todo aquel que lee es cheto o es careta; yo les decía que careta es el que le roba al vecino. Lamentablemente esta sociedad ha elitizado el arte, el conocimiento, y parece que a nosotros, los populares, no nos pertenece. Esos poetas eran gente del barrio que hoy en día tienen un reconocimiento social, que eran un modelo para ellos, que vinieron ese día para que vean que se puede”.
Lo que pasó, sin embargo, fue otra cosa: al día siguiente del festival tuvieron que volver a la terapia intensiva del hospital. “Los pibes estaban en la esquina, justo hablando de lo bueno que había estado el festival, cuando escuchan un ruido: dos pibes les tiran cinco tiros y salen corriendo. Uno le entró al Checho atrás de la oreja y le fue hasta el pómulo”. Asterisco relaciona el tiroteo con el “ojo por ojo” que manda en estos barrios. “Fue una respuesta a la quema del rancho”. Enseña así Asterisco cómo tomarse estas cosas: “Nosotros les planteamos que nuestra venganza no era esa. Que un par de chicos se rescaten es el único consuelo que podemos tener; generar otro tipo de espacio común: eso es lo que me puede consolar de la muerte de Franco”.
Asterisco no es buen candidato para ser reporteado por los multimedios por frases como esta: “El sistema carcelario no sirve como consuelo tampoco, el pibe que mató a mi hermano no va a tener ahí una recapacitación de sus actos. A mí me gustaría que el día de mañana este pibe se rescate y diga: ‘Me mandé una cagada y para compensarla voy a hacer algo por mi vida’. Eso para mí sería fabuloso. Yo te puedo decir que no lo perdono ni en pedo al guacho, eso es algo personal; pero eso no quiere decir que yo no pueda pensar en algo bueno para él. ¿Yo qué gano con que lo maten? Sufre su familia, como sufrió la mía”.
La solución
La solución de la “seguridad” en Comodoro sumó, entre sus últimos timonazos, el desplazamiento del subjefe de la policía por parte del gobernador Buzzi, reuniones vecinales espontáneas que reclamaban más policía, licencias para portar armas y, literalmente, permisos para matar.
Asterisco y Guillermina, en cambio, se preparan para viajar en diciembre y pasar el verano junto a los pibes; para pensar entre todos formas de ir tejiendo otros destinos. La muerte de Franco fue para ellos un cachetazo que ahora apuestan a convertir en otra cosa. Para Asterisco falta la otra parte, la voluntad estatal y la presencia de actores políticos y sociales con ganas de laburar en el barrio y junto a los pibes. ¿Se puede? En su rebeldía, Asterisco ve una veta, que para él está en el arte: “Yo estoy a favor de que sean rebeldes con causa, y para eso tienen que darle contenido, sin caer en una demagogia boluda de ‘hacé un taller de arte para expresarte y sacar las emociones’. A ese pibe si no le enseñás cómo morfar no lo ayudás en nada. El arte se tiene que laburar desde el trabajo. Yo no creo en el artista, pero sí en el trabajador del arte. Lo importante es que entiendan que cada uno puede vivir haciendo lo que le gusta”.
Asterisco transforma así esta explicación en un verbo privado para estos pibes: soñar.

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