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La otra cara del amor

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Gael Policano Rossi. Autor y actor de una obra que pone el dedo en la intimidad en tiempos de Internet. Cómo usar nuevos lenguajes para multiplicar las fronteras de la puesta teatral.

La otra cara del amor
Antes de que se regule la privacidad en Internet (cuidado: puede pasar) hay una serie de debates ahí. Antes de que el teatro deje de contar historias (tranquilos: no por ahora) hay gente apurando otros lenguajes. Están pasando un montón de cosas en los lugares donde no estamos, es la sensación. Por suerte a veces nos cruzamos con los que forman parte de ese mundo creativo y nos divertimos. Charlamos. El arte tiene que poner a la gente a conversar.
Gael Policano Rossi viene del palo del teatro; es actor, enseña dramaturgia, también es poeta y editó un libro (Vosiyo) que se agotó dos veces y lo volvió a editar gracias a la plataforma Idea.me. Fue uno de los primeros en probar esa forma de autogestión: “Soy asistente de Maruja Bustamente y con ella vendimos entradas anticipadas para una obra cuando Facebook recién empezaba, en 2008. Llenábamos el Konex con sólo crear eventos en Facebook: un disparate. Nos llevamos con las redes un montón”. No figura en su curriculum, pero las horas que pasa en la web son parte de él tanto como lo otro. Ya van a ver.
La intimidad a escena
“Hasta ahora no había hecho nada como autor. En 2012 tuve una curiosidad muy grande por el arte conceptual, que siempre me interesó, pero como lo puedo entender yo, desde mi experiencia de hacer teatro”.
Las obras se acercaron a Gael o Gael se acercó a las obras, primero, de Sophie Calle, una artista francesa que retrata la intimidad y, de modo particular, la suya propia. Gael me cuenta una performance muy interesante de Sophie Calle, llamada Dolor exquisito, que narra una historia de amor en cuentra regresiva: 50 días para la infelicidad, 49 días para la infelicidad… De esta obra rescató una frase: “La historia siempre fue insignificante, pero a mí me generó un dolor sin igual”.
Congelemos esa frase.
El otro inspirador es Miguel Bonvil, quien también trabaja sobre la autobiografía, la memoria, la identidad, la construcción y destrucción de todo eso. Gael me cuenta una obra: Bonvil recibe una beca para irse a Barcelona y producir una obra de arte; decide entonces que la obra de arte es el viaje mismo; se hospeda en la casa de una pareja y comienza a escribir un diario; comienza, también, a tener la fantasía de hacer un trío con sus anfitriones; de repente pone su cepillo de dientes entre los cepillos de ellos dos, y escribe: “Hoy: avance territorial”; y así. El final de este diario íntimo es una entrevista que le hizo Bonvil a la pareja después de haber leído la obra. Es decir, después de haber leído todas sus fantasías con ellos.
Ya entendí por qué Gael me cuenta todo esto: es el riesgo.
Ciber amor
Inspirado e inquieto, empezó a transitar un amor de los que son por Internet, es decir, los más simples o los más complicados, sin término medio. La secuencia: del chat al Facebook y del Facebook al Twitter y…
¿Qué es Facebook sino el diario íntimo y a la vez público de este siglo? ¿Y qué el Twitter sino el reino de la prosa?
Así nació esta, su primera obra. Gael está parado frente a un proyector que recorta su sombra. Lee los poemas que fue dedicando en su diario, para nada íntimo. Esos poemas, con una prosa que tiene la síntesis y liviandad tuitera, son tan sólo una parte del collage de herramientas narrativas que utiliza. La escena se completa con pantallas digitales que multiplican los lenguajes: fotos, videos, comentarios de Facebook y diálogos producidos en el retuiteo.
A veces el comienzo de una obra compleja es muy sencillo: “El fundamento inicial para comenzar este diario fue que yo tenia una Mac y podía hacer capturas de pantalla muy fácil”.
Pero no es tan sencillo: “Las capturas comenzaron como una forma de captar algo que es muy efímero. Mi intimidad. Y lo más cercano para ilustrar lo que me estaba pasando no era sacarme fotos con cara de triste, sino registrar todo lo que sucedía en la pantalla, como una especie de transferencia neurótica con las redes”.
A medida que la obra corre Gael evidencia eso: que se está volviendo loco. Entonces traspasa la primera regla del amor circunstancial del chat y escribe: “Ya no pude dejar de pensar en esa persona”.
La obra se llama Liebeszauber, que significa, en alemán, amor brujo, cuestión que está solapada, nunca dicha explícitamente. Para referirse a ese ciber amor desquiciado no solo los recursos que provee Internet son válidos. La fantasía llega a la magia, al tarot, a la fe… y todo se vuelca en un diario que va a la deriva a la espera de resultados. Mágicos.
“Me empecé a apasionar con la idea de registrar todo lo que hacía. Así comienza la neurosis verdadera. Comienzan los traspassings, las intromisiones”.
La obra no atrapa tanto por la expectativa del desenlace (personal) sino por ese desarrollo: todo lo que una persona es capaz de hacer por la fantasía de un amor. Y sobre las posibilidades que encuentra en Internet para desplegarlas. Es decir: los límites de la privacidad, la información pública y la íntima, el stoqueo, las estrategias para llamar la atención.
“Nunca evalué que la obra reflexiona sobre los límites de la intimidad de las personas. Pero es cierto: creo que Internet convierte en pública tu imagen, creo en la herramienta para expresarte libremente. A menos que se regule… y ahí sí que vamos a ser un montón los infractores: la mayor parte”.
Los límites
Con 39 gigas de capturas, fotos, videos y poemas, Gael tuvo el arduo trabajo de hacer con todo eso una obra de teatro. “Empecé a editarlo de una forma muy artesanal, con una gramática muy tecnológica, de programas de archivo, que evidentemente se me metió en el cerebro durante el proceso. Fue un mes y medio de trabajo, de descarga, de catarsis”. Relatar para ver si se consigue, de una vez, olvidar. La moraleja de todo sobreviviente.
Gael la subió a escena “con un equipo de música, un micrófono y un proyector prestado”. La vi hace muy poco (no puedo revelar cuándo) en un lugar medio clandestino (no puedo decir dónde) como parte de una maratón de siete obras en siete días.
¿El misterio es parte de esta puesta? Sí y no: también tiene que ver con la ciudad que habitamos, con la desesperada búsqueda de escenarios para experimentar y expresarse. ¿Se entiende entonces lo que representa ese espacio sin límites ni fronteras que es Internet para Gael, para nosotros, para nuestra época?
Cuando una obra genera estas preguntas, las respuestas dejan de ser responsabilidad del autor. Sólo depende de quienes quieran sentarse a conversar sobre un tema interesante. Acá hay uno.

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