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Banda ancha

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Lo que yo tuve. Una obra que conecta las pantallas: de la tevé a la compu. Y revela cómo es la historia moderna con música, baile, canto y actuaciones de gran nivel.

Banda ancha
Lo dijo Washington Cucurto, y si es cierto que un locutorio coreano de Constitución puede ser El Aleph, ¿qué maravillas nos quedan por soñar, entonces, en la era de Twitter y YouTube?
Hago la pregunta y me desmarco, porque no hay respuesta que valga, por lo menos en este momento, donde bien podría aplicarse esa idea de que lo viejo todavía no murió y lo nuevo no termina de nacer. Lo que queda no es tanto la incertidumbre sino el vértigo de un viaje que difícilmente nos de tiempo de parar la pelota para pensar un poco dónde estamos parados. Por ejemplo: la televisión abierta presenta uno de los índices de encendidos más bajos de los últimos años, el promedio de edad después de las diez de la noche es de 35 años para arriba. Hay un espectador nuevo que ya no concibe la idea de esperar para ver, que construye su propia programación, la manipula con sus manos, la distribuye en múltiples (¿infinitas?) pantallas simultáneas. Las preguntas que nos hacemos son muchas y lo peor que le podría pasar a esta dinámica del usuario interactivo es que se termine convirtiendo en su reverso: consumidor pasivo de un paraíso artificial hecho a su medida. El riesgo, quizás, está en perder el hábito de acudir a un espacio público como lugar de encuentro e interacción. Por ejemplo, ir un domingo por la tarde al teatro.
Lo que ocurre de ahora en más es lo siguiente: un enmascarado anónimo visita, en un galpón de Villa Crespo, archivos de los comienzos de la televisión argentina que fueron subidos a YouTube y poseen un puñado de visitas, para sacarlos a la luz por última vez y enterrarlos para siempre. Así comienza Lo que yo tuve, un musical pixelado alrededor de una pantalla giratoria sobre la que se proyectan momentos de gloria de la televisión argentina. Al ver el despliegue de canto, baile y música en vivo, pienso: la ventaja que tiene el teatro respecto de la televisión o el cine, es que su esencia es principalmente física, y eso difícilmente pueda ser reemplazado por una combinación aleatoria de ceros y unos.
Tiempos modernos
“Estamos en una época donde todo parece estar muriendo. El punto de partida de la obra era hacer algo sobre el fin de la televisión. Ha cambiado el vínculo con el aparato y se empieza a mostrar obsoleto. El teatro, por alguna razón, dialoga bien con las cosas que se están muriendo”, explica Gustavo Tarrío, director de la obra, que se formó tanto en teatro como en cine y trabajó durante siete años como camarógrafo de Canal 9. “Mi vínculo con la televisión no es sólo como espectador sino como trabajador”, cuenta Gustavo.
A partir de trabajos de improvisación en uno de los talleres que da Gustavo, que finalmente se convertiría en una compañía de actores llamada El hijo de amateur, nombre con el cual se reivindica el amateurismo como signo de independencia –y eso no quita, por su puesto, que estemos frente a un grupo de actrices y actores sumamente profesionales–, Lo que yo tuve se fue conformando como un experimento que abarca distintos géneros populares y mantiene el espíritu del teatro de variedades tamizado con una dosis de delirio 2.0. Gustavo: “Trabajamos sobre la idea de letanía, que es un poema colectivo. Nos gustaba esa idea de YouTube como un lugar donde la historia está disponible a toda hora, en todo momento. Y jugamos con la hipótesis de apagar la historia. ¿Dónde iremos a parar si se apaga YouTube? ¿Qué pasa si todo esa información se pierde?”.
Haciendo historia
Un hallazgo clave para la concepción estética de la obra, cuenta Gustavo, fue el libro Gente de teatro, de Carolina González Velasco, que recorre los espectáculos teatrales en la Buenos Aires de los años veinte. “En aquella época se vendían muchísimas entradas y la gente iba al teatro para entender en qué ciudad vivía. Aparecieron los géneros híbridos, el sainete, la comedia y el teatro de variedades. Nuestra hipótesis fue que YouTube representa nuestras variedades privadas y caseras; por esta idea de no terminar de ver nada, de ir de un video al otro. Entonces Lo que yo tuve tenía que ser un espectáculo de variedades que tome el espíritu de las Fan Fiction, es decir, de esas recopilaciones bizarras que hacen los fans a modo de homenaje”.
La obra nunca tuvo la pretensión de contar la historia global del espectáculo pero sí la historia tecnológica del siglo 20, que es: teatro, radio, cine, televisión, YouTube; como si pudiéramos ver en 55 minutos qué pasa con todo eso junto. Queríamos que tenga un clima antiguo y primitivo, más pegados al espíritu del pionero de la radio, el cine y la televisión. Si bien puede ser un peligro convivir con tu propio pasado todo el tiempo, el pasaje de la obra es ese, el pasado, lo que quedó atrás. Es una obra más sobre el tiempo que sobre la tecnología”.
La obra forma parte de la programación del complejo Abran Cancha, que el mismo Gustavo gestiona (lamentablemente cierra a fin de año, pero el proyecto seguirá en algún otro lugar), y que forma parte del colectivo ESCENA, Grupos Escénicos Autónomos, una entidad que nuclea más de veinte espacios que se autodefinen como del “off del off”–teatro independiente por fuera del cinturón del Abasto–, que recién en el año 2010 lograron modificar el Código de Habilitaciones y Permisos para que esos espacios pudieran funcionar abiertamente.
“Hoy en día existen muchísimos espacios y muchísimas obras. De 2001 en adelante se ha democratizado la producción, y eso tiene que ver con una gran necesidad de expresarse. Hasta se pueden hacer chistes con eso: pareciera que hay más obras que actores y directores. Yo creo que es una etapa y puede ser muy buena si se traduce en un contexto profesional. Por su parte el teatro “oficial” está pasando por un momento siniestro de vaciamiento y de contratos paupérrimos con el sector privado”.
Gustavo dice una frase que me queda sonando en la cabeza: “La necesidad de ir al teatro es por una cuestión física. Necesitás ver gente viva”.
En la era del click, no está de más levantarse de la silla y recorrer esos miles de espacios que están ocultos por ahí, donde la gente se hace preguntas e intenta responderlas con el cuerpo. La gente de Lo que yo tuve se propuso despedirse de una vez por todas de la televisión y del espectador que ella misma ha generado. A veces, esos pequeños gestos, entre el delirio y el baile, nos ayudan a entender una época.

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