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Cuarteto de nos

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Cúpula policial, jueces, políticos y cuarteteros son los protagonistas del narcogate que nos revela en esta nota el periodista cordobés Javier Di Pascuale.

Se llovió todo en Córdoba y las ruedas del taxi se entierran en el lodo que nos marca el inicio del fin de la ciudad de asfalto, barrido, limpieza y luz.
Para mi sorpresa, el taxista protesta, pero sigue. Se nota que es un luchador el hombre y el barrio no le es ajeno. Llega hasta donde puede y pregunta si por acá está bien. “Ojo, pibe, se nota que vos no sos de acá”, advierte antes de que yo cierre la puerta, eche un ojo alrededor e inmediatamente me arrepienta de haber dicho que sí al encargo de MU.
“Nos gustaría que nos cuentes cómo es la Córdoba del narcotráfico”, pidieron los editores y acá estoy, en barrio Maldonado, a sólo 20 minutos de la Catedral sobre las riberas del Suquía y a metros del Cementerio San Vicente, en las afueras de La Docta. Fue una de las villas más antiguas de la ciudad, hoy es un barrio señalado como el shopping center del narcotráfico en Córdoba. Territorio de Los Colelos, una banda dirigida por María del Carmen Colela Rearte y compuesta por hijos y otros familiares.
Maldonado está rodeado de villas de nombres muy santos (Los Josefinos, Bajada San José, Renacimiento) que contrastan con su historia. Campo de la Ribera está ahí, una vieja cárcel de los años 40 del siglo pasado que en los 70 se convirtió en el cuartel del Comando Libertadores de América, versión local de la Triple A y luego, por supuesto, en centro clandestino de detención de la dictadura.
Fumata negra
La búsqueda de “informantes clave” que nos permitan acercarnos a la casa de La Colela es ingresar al mundo de la villa. No existe un metro cuadrado libre, es un hormiguero de gente, perros, gatos, motos, autos, carros, hoy todos luchando contra el barro y el agua que entró en las viviendas, si así se puede calificar a casillas de madera y chapa, algunas con el logo de Renault: la gente usa las cajas de autopartes que la fábrica tira para armarse su casita.
Tras la lluvia, los aromas estallan en Maldonado. El fétido olor de las aguas semiestancadas del río se mezcla en el aire con el vaho que viene del crematorio del cementerio, de donde sale un humo oscuro, que no anuncia un cónclave de cardenales precisamente. No se huele droga pero se la respira.
¿Quién mató a Facundo?
Es un mal día para investigar. Lo que hasta ayer era cosa fácil hoy es imposible. En los últimos días un fuerte operativo policial barrió con la casa de La Colela llevándose a sus dos hijos varones, acusados ahora del asesinato de Facundo Rivera Alegre, “el rubio del pasaje”, desaparecido hace dos años y reclamado en forma incesante por organismos de Derechos Humanos.
Según el fiscal que investiga el caso, los chicos Rearte (uno de 29 y el otro de 17) mataron a Facundo en noviembre de 2012, lo enterraron junto a una canchita de fútbol del barrio y ocho meses después, se deshicieron del cuerpo en el crematorio del cementerio. La historia oficial dice que Facundo había ido a comprarles droga por encargo de un famoso músico cuartetero, pero llevaba un billete falso de cien pesos y eso determinó su muerte, tras una pelea con los vendedores.
La mamá de Facundo no le cree al fiscal. Insiste que Los Colelos detenidos “son perejiles” porque a su hijo lo mató la policía. La misma Policía de Drogas Peligrosas que manejó por años el mercado de distribución de estupefacientes en Córdoba, que usaba a jóvenes como el último eslabón de la cadena en la venta, a veces como informantes y otras, cuando la política o los medios reclamaban “resultados” en la lucha contra el tráfico, como delincuentes aprehendidos con las manos en la masa. Este es el mecanismo de trabajo que está investigando la Justicia Federal cordobesa y por lo cual ya son 9 los efectivos policiales imputados, entre ellos el ex Jefe de Drogas Peligrosas, Rafael Sosa.
El chofer de De la Sota
Mal día porque hasta ayer La Colela Rearte hablaba. Recibía a algún periodista valiente que se animaba a ir hasta barrio Maldonado, confirmaba que conocían al “rubio del pasaje”, que sus hijos son adictos a la cocaína, que “acá todos venden droga” pero que ellos no hicieron nada.
Hoy está aterrorizada: no entiende la traición de la Policía, a la que conoce muy bien. Como conoce a los músicos del cuarteto que mueven mucho más que las caderas en bailes multitudinarios. Su celular probablemente tiene discado rápido con el Chancho Sosa, hijastro de Liliana Juncos, ex legisladora y ex funcionaria del gobernador José Manuel De la Sota. El Chancho Sosa (nada que ver con el comisario Sosa) es el jefe del narcotráfico en la provincia y su hermano es hasta hoy el chofer de De la Sota, reveló el programa televisivo ADN.
Grabate una charla
No sólo Los Colelos, el barrio entero está aterrorizado. Con la detención de Sosa y el resto de los “peligrosos”, como les llaman a los jefes policiales de Drogas, una vasta red de proveedores, mulas, cocineros, distribuidores y vendedores de cocaína quedaron sin red, precisamente. Nadie habla. El manto de silencio es tan fuerte que de repente somos eternautas vagando por calles desiertas de datos aunque estén llenas de gente. Todos intuyen que somos periodistas y hoy el periodismo es el que está marcando cada miércoles, desde las pantallas de Canal 10, quiénes serán detenidos al otro día. Nadie quiere estar cerca y es la señal que esperábamos para huir hacia otros horizontes.
De regreso a la supuesta civilización, el edificio de Tribunales Federales promete más amaneceres y, desde hace unas semanas, está repleto de gente que habla. Las revelaciones del programa ADN hicieron trizas los cristales de hipocresía que separan los lujosos despachos de jueces, fiscales y secretarios.
El fiscal que ordenó la detención del ex comisario Sosa, Enrique Senestrari, está enfrentado al juez del caso, Ricardo Bustos Fierro (el mismo que habilitó la re-re de Menem en los 90), quien tampoco soporta a su secretaria penal, Liliana Navarro, aliada por ahora al fiscal.
El programa ADN reprodujo hace dos miércoles la grabación de una conversación privada de esa funcionaria judicial acusando al gobernador De la Sota de traer a Córdoba “empresas del narcotráfico”. Dijo la mujer que le habían ofrecido seis cargos en la Provincia para que deje la investigación.
Por eso fue apartada del caso y al minuto lanzó una granada informativa: el fiscal del Tribunal Oral Federal llamó al ex jefe de Drogas para avisarle antes que lo detuvieran, que el programa televisivo lo iba a escrachar. En la grabación lo trató de “amigo” y lo asesoró sobre cómo defenderse.
Un lío de ADN
El solícito fiscal que advirtió al comisario es Maximiliano Hairabedian, hijo de uno de los conductores del programa ADN, Carlos Hairabedian. La trama adquiere un nuevo nivel de complejidad. El primer escalón al infierno del Dante son Los Colelos, pero descendiendo aparecen los policías de Drogas, los “peligrosos”; luego el Chancho Sosa, jefe narco e hijo de una dirigente peronista y ex legisladora; otro escalón más y aparece mencionado el gobernador. La Justicia se suma al convite y llegamos al propio programa origen de todo: ADN.
La confusión es mayúscula, pero el recorrido de la investigación no hace más que confirmar el discurso que María del Carmen Rearte, La Colela, desgranaba ante el programa televisivo Justicia Legítima hace un año. Un discurso que hilvana la droga con la policía, la policía con la política, la política con la justicia y ahora, la justicia con el periodismo.
El cuartetero que habla
Pero falta un eslabón importante en la historia, lo que nos obliga a transportarnos otra vez a la ribera del río, al Estadio del Centro. Es el tercer vértice del triángulo de las Bermudas narco que absorbe las energías y los ahorros de muchos jóvenes cordobeses, a la par de ser un sitio emblemático de la música popular cordobesa. Hablamos, esta vez sí, con un informante clave sobre la droga que se mueve en este ambiente: Eduardo, cantante de cuarteto.
Como todo niño villero, Eduardo siempre soñó con ser jugador de fútbol o cantante. Ahora tiene casi 40 y sigue intentando lo segundo. De día es mozo en un bar. De noche, la voz de una banda. “La droga se mueve mucho en el cuarteto ‘cuadrado’, este que se toca acá, el de los negros”, explica Eduardo y menciona a La Mona, Damián Córdoba y otros. Hay otro cuarteto, el de “la fiesta” (mezcla de cumbia, merengue y melódica) que, jura él, no mueve droga. El sano es éste, pero el convocante es el otro, es su argumento.
El cuarteto mueve millones de pesos, de personas y de discos vendidos. Es el territorio fértil elegido por los narcos para lograr consumidores, pero también para reclutar personal. Los mismos chicos que veíamos en barrio Maldonado entran y salen del baile. Son vecinos de La Colela que bailan cuando los funcionarios judiciales prenden el televisor con la esperanza de no verse.
Son jóvenes que ya no sólo sueñan con ser jugadores o cantantes: ser narcos es el nuevo atajo a la riqueza, descubro mientras me trepo al último taxi libre antes de las primeras gotas. Otra vez se llueve todo en Córdoba y voy pensando que no lo lograrán sin contactos policiales, políticos o judiciales. ¿También mediáticos?

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