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Reinventar el futuro

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Una aldea agroecológica en Navarro, provincia de Buenos Aires, como espacio para hacer de la permacultura una escuela y una forma de vida. El objetivo: la autosustentabilidad y la investigación. Los principios y conceptos de otro modo de producción.

Reinventar el futuro

En los escenarios que diseña la permacultura, el año 2020 es límite: colapso energético, de la economía y de la desintegración del tramado social. La profecía es que, desde entonces, no podrá esperarse nada ni de los Estados ni de las instituciones paternalistas, ya sin capacidad de acción ante las evidencias de agotamiento de los recursos naturales que sostienen la economía, la política y el gobierno. En adelante quedará solo la subsistencia, y para los optimistas, la autogestión.

Algunos datos de los llamados “concretos” vienen avalando esta teoría apocalíptica. El 2 de mayo de 2013 el nivel de dióxido de carbono -el gas que más contribuye al calentamiento global- alcanzó niveles que los especialistas más pesimistas pronosticaban recién para después del 2050: superó las 400 partes por millón; y nada indica que se esté desacelerando. Los cambios que estos altos  índices pueden provocar son todavía impredecibles, pero ya es certeza que afectan a climas y mares. Una idea: el umbral de las 400 partes por millón se señala como punto de pérdida de la capacidad de mantener el clima que se creía tolerable o viable.

Los estudios, datos, investigaciones sobre el calentamiento global pueden resumirse en una sentencia técnica: estamos en el horno.

Que quede claro: no es el fin del mundo, sino el fin de un mundo, o “el mundo” tal cual lo conocemos.

¿The End?

Depende de la respuesta a una pregunta:  ¿qué otros mundos conocemos?

¿Sabemos, por ejemplo, que en El Mundo de la Ensalada no habitan solamente El Tomate y La Lechuga? ¿Conocemos El Mundo de la Nuez Pecana? ¿Y El Mundo en el que los Zorros y las Liebres no Viven Atrás de las Rejas?

Otro planeta

Quienes ya han empezado a construir otro futuro no eligieron un búnker de acero inoxidable ni una cueva debajo de la tierra En la localidad bonarense de Navarro, a pocos kilómetros de Luján, estos mundos cohabitan con Seres Cuya Preocupación es Amasar y Cocinar Pan. No se trata de personas especiales, afortunadas o seleccionadas en un casting para un reality show, sino de quienes más resignaron las comodidades de una vida urbana y wi fi. Es el ejemplo de Cintia, 32 años, licenciada en Administración de Empresas, ex docente en la Facultad de Económicas y ex empleada de una multinacional, que ahora tiene puesto un delantal de cocina y señala sus recientes creaciones: una tarta de acelga, otra de cebolla condimentada, fideos con tuco especial y un pan de esos de los dibujitos. “Antes trabajaba 14 horas por día y, después de tener dos picos de estrés, dije ‘basta’”, resume sobre el cambio de vida que le salvó la vida.

Ahora está viviendo en Gaia desde febrero y planea que su casa de barro, que ella misma construirá, esté lista para fin de año. “Soy la única que viviré sola acá”, dice,  ya que el resto son cuatro familias: diez personas total, entre ellas dos niños de 2 y 10 años. “Aunque en realidad tengo a mis dos gatos”, confiesa sobre las soledades. La preocupación: que no se enteren los zorros que andan dando vueltas…

Cintia representa, de algún modo, la radicalidad de este proyecto que ya lleva diez años y hoy es uno de los referentes mundiales de la permacultura, un concepto que plantea diseñar la relación con el entorno en un mundo de menos energía y recursos, de manera integral. Mientras vamos bajando a tierra estos planteos, Gustavo Ramírez, el creador de la ecovilla, señala: “El mensajero es liquidado, entonces preferimos no ser liquidados y seguir nuestro camino. Ya sabemos que al que salió y dijo ‘miren que hay otra cosa’, lo liquidaron. ¿Cómo te liquidan? Te rotulan: este es ecologista. Eso es liquidarte. No estamos para perder tiempo”.

No hay chamuyo hippie: “Lo que antes era una utopía idealista, hoy es una emergencia ambiental y social”, dice desde arriba de una bicicleta que lo mueve por el predio de 20 hectáreas sobre el que se desparrama todo esto:

Seis casas hechas de barro, arena y botellas y plásticos que funcionan como “bioladrillos”, sobre un piso de material, ventanales de cara al norte y sistemas de estufas para invierno y ventilación para verano.

El Instituto Argentino de Permacultura, que funciona en otra enorme casa hecha de barro, en la que distintos cuartos hacen de oficinas de trabajo e investigación. Allí opera, también, el Instituto de Bioconstrucción, una biblioteca, y se guarda el banco de semillas que permite pensar futuros no transgénicos.

Un salón-auditorio en el que se pueden acomodar más de 100 personas (con platea alta incluida) y donde se dictan los talleres y cursos que brinda Gaia.

Una cocina y comedor también construidos con barro, donde un horno de ¡barro! caliente cincela panes para la cena y el desayuno, mientras desde la ventana se observan las cocinas solares: paneles envidriados que reflejan la luz solar y calientan, de ese modo, una olla y, en otro, un hornito. En verano el agua hierve en una hora y en invierno, en dos; pero los tiempos acá no corren, trotan: un guiso tarda 3 horas sin pegarse, y un zapallo se pone a la mañana y se saca a la noche, hecho una manteca.

Paneles solares y molinos de viento que circulan la energía hacia una serie de baterías que transforman 48 voltios a 220, y así garantizan la luz de las viviendas y energía hasta para heladeras y lavarropas.

Una casa aparte que funciona como lavadero y secadero de ropa, con los electrodomésticos correspondientes.

Bosques. Uno forestado especialmente para hacer leña y alimentar los hornos y las salamandras; y otro de cañas de bambú, material resistente e ideal para la construcción.

Una huerta en parte dentro de un invernadero, y otro tanto fuera con las especies bien mezcladas que plantean un tipo de huerta “sin tanta intervención”: combinación desordenada de especies, siempre sin productos químicos.

Un baño seco, aquí llamado “trono”, en el que no hace falta tirar la cadena sino que, a metros bajo tierra, lombrices californianas se encargan de convertir los desechos en humus fértil para las plantaciones.

Y una serie de construcciones de 1900 que hablan de la vieja fábrica de lácteos que habitaba el lugar antes, cuyos edificios fueron acondicionados para hospedar a los visitantes y hacer las duchas comunitarias.

La separación que acabo de hacer de estas funciones es una injusticia para con la idea permacultural, en la que la integración de las partes hace al todo autosustentable.

Tierra soberana

En la recorrida que va revelando este paisaje participan también una familia de Parque Chacabuco, tres chicas de veintipico de Tres de Febrero, y una pareja: ella de Villa Bosch, él de Birmingham, Inglaterra. El interés que suscita Gaia, se ve, cruza tanto la General Paz como los océanos.

Mariki, 28 años, sudafricana castaña y de ojos claros, está haciendo el voluntariado en la ecovilla como primer acercamiento para ver si, algún día, puede quedarse. Cuenta que trabaja a la par de los residentes: 8 horas por día de lunes a viernes, en la huerta, juntando leña, construyendo las casas de barro y hasta ayudando en traducciones al inglés de los documentales que Gaia está produciendo.

La conciencia en el trabajo y la organización diferencian a Gaia de otras ecovillas que Mariki, quien pasó por otras experiencias, define como “más hipponas”. La infraestructura de la energía solar y eólica es una de las características distintivas: esto es soberanía energética. “Aquí hay confort”, cuenta Mariki mientras abre el horno y muestra unos muffins que se están cocinando. ¿Quién dijo que era una vida austera?

El resto del día de Mariki: “Me acuesto temprano y me estoy levantando a las 5 y media, con el sol. Hago yoga, leo un poco a la noche. Cocinamos algo rico, hacemos fogata, depende”. El menú de los muffins se perfila espectacular para ver una buena película en el auditorio.

Nuevas relaciones

Gaia, en otro plano, es un centro de formación e investigación enorme en técnicas de permacultura y bioconstrucción, y los más grandes exponentes de este concepto, cuando vienen a Argentina, pasan por Navarro. Es el caso del australiano David Holmgren, uno de los creadores del concepto de Permacultura, que elaboró un manual completo sobre los principios y caminos más allá de la sustentabilidad. Holmgren, que dictó en Gaia un curso sobre diseño permacultural y se quedó más de diez días, postula en su libro una serie de principios éticos que plantean lo que Gaia lleva a la práctica: las ecovillas como tenencia de la tierra y el gobierno comunitario (también las cooperativas), el voluntariado y los sistemas de intercambio local como parte de la economía, las energías renovables, la autoconstrucción, el rescate de semillas…

Gustavo Ramírez, que prologó aquel manual de la permacultura, viene investigando desde hace años sobre esta nueva relación con la naturaleza y la comunidad, más o menos desde que terminó la dictadura. “Entonces queríamos cambiar el mundo, pero nos dijimos: ¿por qué no empezamos cambiando algo más módico?

Ramírez y su compañera, Silvia Balado, cuentan que maduraron la idea de una comuniad autosustentable durante siete años; en 1992 formaron la Asociación Gaia y en el 96 compraron este terreno de 20 hectáreas a una empresa de lácteos que tenía pastando vacas que pisoteaban el suelo y por eso lo habían estropeado. El primer trabajo fue de recuperación del hábitat, que implicaba no solo el trabajo sobre la tierra sino también la reforestación; todavía hoy se están plantando árboles y proyectando frutales.

Los primeros habitantes -Gustavo y Silvia junto a su hijo Tobías, que hoy ya tiene 10 años- encararon esta tarea en la soledad de la convicción. En pleno menemismo, cuando el destino para desenchufar era Miami. De los diez pobladores actuales de Gaia, la mayoría son recientes, por lo que las oleadas de residentes se van renovando; en muchos casos, cuentan, la experiencia de Navarro sirve para inspirar ecovillas en otros puntos del país.

La asociación Gaia, a la vez que permite cultivar relaciones que terminen con visitantes transformados en residentes de la ecovilla, fomenta esta dispersión hacia “afuera” de los diseños de la permacultura. La forma en la que se sustentan, además de las visitas semanales y donaciones, es a través del dictado de cursos y talleres bien específicos sobre las distintas aristas de la vida sustentable: permacultura para niños, agricultura natural y forestación, construcción con bambú, para fabricar aerogeneradores de baja potencia, de panadería y pastelería vegetariana, de diseño de permacultura, de fabricación de hornos de cerámica, de arquitectura bioclimática y hasta uno de diseño de ecovillas.

De este mundo

En El Mundo del Monocultivo Transgénico donde habitan Los Plaguicidas, la distancia no parece ser motivo suficiente para trazar la línea de fuga. Los Plaguicidas no se quedan quietos: saben viajar en alimentos, a través del aire y aterrizan en el agua y en la tierra. Los Mundos de Gaia, en plena zona rural de Navarro, también chocan con él.

Consecuencias de la eclosión: una de las pioneras habitantes de la ecovilla está enferma de cáncer.  Gustavo lo cuenta con tono solemne: “Estamos pidiendo muestras de sangre de un grupo de residentes porque creemos que la enfermedad está relacionada a las fumigaciones en dos campos aledaños”.

El Mundo del Monocultivo Transgénico no se ve desde las rutas navarrense ni aún desde los bordes de la ecovilla, pero viaja, evidentemente, y se paga. “Tenemos una parva de denuncias contra vecinos que avanzan en responsabilidades penales contra productores y aplicadores”, relata Ramírez, comparando el caso con la sentencia que lograron las Madres de Ituzaingo en Córdoba. “La idea es que sirva de apoyo para sentar jurisprudencia para gente en situaciones de ruralidad a las que ha fumigado. El caso Gaia puede ser un regadero de otros”.

Para eso se están amparando en los recursos de la nueva oficina de la Procuraduría General dedicada al ambiente, para girar la causa al juzgado de Mercedes y salir del estancamiento navarrense: “En un pueblo chico no puede un juez estar encargándose de causas cuando es pariente o amigo de uno de los aplicadores o del dueño del campo”. Lo urgente es sacar las muestras de sangre, ya que la enfermedad obliga a una vida contrarreloj: “Ella tiene un valor muy sustancial porque tiene una historia más larga acá; los otros residentes son de pocos años. Entonces esta muestra no la queremos perder”.

La amenaza de los Mundos de Gaia no quedará resuelta por El Mundo de la Burocracia Judicial, sino por el legado que hayan dejado en la construcción de Otros Mundos que Produzcan Vida y no más muerte.

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