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Plantar el futuro

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El acampe contra Monsanto cumple un año. Lograron paralizar la obra de la planta más grande que la multinacional transgénica construye en el mundo. Están alertas porque, aunque la justicia les dio la razón, ninguna autoridad se hizo cargo de anunciar públicamente el fin del proyecto. Cuál es la trama que sostiene esta resistencia, a qué se oponen y cómo lograron el apoyo social a pesar de las campañas, amenazas y represiones.

Plantar el futuro

La ruta, las vías del tren, el alambrado inmenso, los refugios de adobe, la fogata ardiendo, el frío que te raja los labios, el barro, la jauría de perros, la velocidad de los acoplados que te sacude cada vez que pasan, y a veces insultan y otras hacen sonar cariñosas bocinas, el guiso sancochado, la boca seca, las chicas tan niñas, los muchachos tan niños, el integrante de la Asamblea Malvinas Argentinas Lucha por la Vida que los abraza como un padre, la Madre de Ituzaingó que los alienta como una hermana, el poco por aquí, el todo por allá, las miradas desconfiadas que te escanean como en un aeropuerto (eso: sobre todo eso), los silencios profundos como un pozo ciego, los esqueletos de hierro que se recortan al fondo y trazan la silueta del monstruo, así, incompleta, descuartizada, amenazante, la ronda que se organiza para escuchar a qué venimos, qué pretendemos… y mirar a cada uno a los ojos y recordar, como si una vocecita la recitara en off, una frase de película:

¿No has tenido nunca la sensación

de no saber si estás despierto o soñando?

Esa pregunta es lo que nos impulsa.

Despierta.

El mundo es una pesadilla.

Ha llegado la hora de soñar…

Bienvenidos al acampe que exorciza a Mondiablo.

La marca de la gorra

El acampe está a punto de festejar un año y logró su objetivo: paralizar las obras de una de las mayores plantas del mundo transgénico de la corporación Monsanto, con capacidad para acondicionar semillas para drogar tres millones y medio de hectáreas. Hasta el momento, recibió las visitas de la policía cordobesa, la gendarmería nacional y las patotas de la UOCRA, pero a pesar del empeño que pusieron, todas fracasaron en sus esfuerzos por desalojarlo. También estuvieron por allí, compartiendo el debate y los mates, el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, la madre de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas y el cantante Manu Chao, entre muchos otros. A esta altura se convirtió en un símbolo global contra “el modelo industrial basado en agroquímicos y semillas transgénicas”, según define en un dictamen Carlos Haquim, actualmente a cargo de la Defensoría del Pueblo de la Nación.

Sin agua, sin luz, en carpas, un grupo de 30 jóvenes sostiene el bloqueo a la planta, hoy totalmente paralizada. Son otros, en su gran mayoría, que aquellos que acamparon al inicio, pero el aspecto es idéntico y por eso el pueblo de Malvinas Argentinas los sigue llamando “los hippies”. Sin embargo, ya no lo dicen con desconfianza, sino con sonrisas.

Primer cambio importante y notable desde aquellos primeros días de acampe y tensión.

¿Qué pasó?

Pasó un conflicto policial, que sembró el terror en la ciudad de Córdoba durante los primeros días de diciembre del pasado año. La postal que difundieron los medios comerciales mostraba a los vecinos armados para defenderse de saqueos y robos que –luego sospecharon- eran organizados por la propia policía para forzar a las autoridades a otorgarles un aumento salarial. (Cosa que, por supuesto, consiguieron).

En Malvinas Argentinas, barrio obrero del suburbio cordobés, el terror fue idéntico, pero la solución fue diferente: “Los vecinos estaban todos alterados, el intendente, escondido; algunos comenzaron a armarse, todo en medio de un clima de chismes, rumores y operaciones que alertaban sobre saqueos. Horrible. Hasta que a una vecina se le ocurrió llamar a ‘los hippies’ y ellos se hicieron cargo de la paz de Malvinas. Cuidaron sus negocios, sus casas. Nos protegieron, nos calmaron. Y eso cambió la mirada de Malvinas sobre los chicos del acampe. Parece un chiste, pero fue gracias a la policía”, nos cuenta una asambleísta.

La anécdota merece otra frase de película:

El destino, aparentemente,

no carece de sentido de la ironía.

Vida o muerte

Lo que llamamos “el acampe” es, en realidad, una compleja trama social que tiene varios nodos estratégicos. El primero, por origen, por peso, por templanza, son las Madres de Ituzaingó.Y allá vamos.

El barrio Ituzaingó Anexo, en la misma periferia cordobesa, pero en la dirección contraria. No hay micro que  conecte directo a Ituzaingó con Malvinas Argentinas y este no es solo un dato de transporte: cada uno estaba aislado en su propio destino hasta que Monsanto los unió.

Estamos en la casa de María, una de las Madres que se encadenó al alambrado de la planta para resistir uno de los tantos intentos por desalojar el acampe, pero la que habla es Angélica, otra de las Madres que fundó el grupo en 2002. Se presenta de una manera inesperada: “Tengo 17 embarazos y una sola hija, que nació prematura, tiene agrotóxicos en sangre, desnutrición crónica y una malformación cardíaca genética. Mi primer hijo falleció a los 15 días, los otros embarazos nunca llegaron a término. Finalmente pude  tener a mi nena. La bauticé Lourdes. Psicológicamente quedé atada a una banda de pastillas, pero lo que me mantiene en pie es mi hijita y esta lucha. Yo lucho por lo que tengo y por lo que no tengo”.

Silencio.

“En todos estos años nos pasó de todo. Nos quisieron arruinar la vida. Hicimos marchas, nos reunimos con funcionarios, denuncias judiciales…”

Silencio.

“Al principio todos hicieron oídos sordos. Después, había vecinos que estaban a favor y otros en contra, porque decían que desvalorizábamos sus propiedades. Nos increpaban en la calle, en la parada del colectivo, nos gritaban ¨locas de mierda´, presiones, amenazas, de todo. Ahí empezaron a presentar nuestra lucha como una guerra entre ignorantes contra sojeros. Después, como una guerra de pobres contra ricos. Después, como una guerra de enfermos contra sanos. Y después, como una batalla entre vecinos del barrio”.

Silencio.

“La justicia nos dio la razón en un juicio injusto, porque los culpables (un productor y un fumigador) están libres,  sólo los obligaron a hacer tareas comunitarias. Pensaron que ahí se terminaba, y como no aflojamos intentaron dividirnos, aislarnos. Pero la gente del barrio se siguió enfermando y de otros barrios y de otros. Y ahí es cuando la gente nos da la razón: cuando les toca. Lo digo sin resentimiento: es la realidad”.

Silencio.

“¿Qué puedo reclamar ahora? Al barrio, nada, si está padeciendo lo mismo. ¿A la justicia? Ya no creo. ¿A los gobiernos? Se pasan la pelota unos a otros, pero juegan siempre para los mismos”.

Silencio.

“Hace poquito, 3 ó 4 meses, me llamaron por teléfono anónimamente, me dijeron que Monsanto me ofrecía 50 mil pesos si me abría. No entienden: nadie me puede devolver nada de lo que perdí.  Me robaron el pasado y el presente, pero no el futuro. ¿Y sabés por qué? Porque yo saco otra cuenta: si dos tipos fueron encontrados por la justicia responsables de enfermar a cientos de personas en este barrio, ¿cuántas personas puede enfermar una multinacional como Monsanto? ¿Cuántas?”

Silencio.

En la película alguien dice:

¿Ella lo sabe todo?

No.

Sólo diría que sabe lo suficiente.

Plantar el futuro

No nos movemos

La Asamblea Malvinas Lucha por la Vida nació el 24 de julio de 2012, pero el trabajo de parto comenzó el mismo día en que la Presidente anunció la construcción de la planta de Monsanto, desde Estados Unidos y por cadena nacional. El anuncio lo hizo también el mismo día de la sentencia que confirmó las denuncias de las Madres de Ituzaingó. Una asambleísta recuerda: “Nunca antes nos habíamos juntado por nada, pero esto nos unió. Algunos estaban preocupados porque al tener una empresa así tan cerca se iba a devaluar el valor del terreno. Otros tenían miedo por su salud, otros por sus vidas. El juicio de Ituzaingó fue importante, pero más las Madres, porque generaron conciencia, información, ideas. Queríamos hacer algo. Empezamos a entender que teníamos derecho a reclamar, porque esto se resolvió sin tener en cuenta nuestra voluntad: jamás nadie nos preguntó si estábamos de acuerdo con que se instale acá esta empresa”.

Otro asambleísta agrega: “No soy un cordero en un corral, tengo opinión, tengo un futuro que cuidar, no tendré plata ni estudios, pero soy una persona responsable. A mí nadie me preguntó qué quería y las cosas así, a lo bruto, no se hacen. Eso me hizo sospechar, me abrió los ojos. Empecé a averiguar, a conversar y cada vez tenía más dudas que certezas. Cuando me acerqué a la asamblea escuché a los vecinos, después a las Madres, después al doctor (Andrés) Carrasco, y empecé a asociar todo lo que decían con cosas que nos pasaban en el barrio. Suficiente. Me dije: ‘hasta acá llegás’ y me planté. Esto empezó hace dos años, y le juro que hace dos años que no duermo”.

Y otra: “Yo también estoy distinta desde que empecé. Viví acá toda la vida y nunca participé en ningún partido político, nunca fui a la municipalidad a pedir trabajo, siempre nos las arreglamos sin molestar a nadie. Pero cuando una piensa que le puede pasar algo al hijo… a mí también Monsanto me quitó el sueño. De madrugada me preguntaba: ¿me voy a quedar en mi casa mirando cómo ellos construyen su planta? ¿O ponemos las manos para frenar eso? Tenemos que hacer algo. Yo soy una señora que no sale a ningún lado, pero en esto tengo que participar. Y así empecé, con la idea fija de que Monsanto no se tiene que instalar ni acá ni en ningún lado. Porque nosotros lo que queremos ahora es que Monsanto se vaya de Malvinas y del país”.

Los que hablan son: portera de un colegio, plomero y almacenera, respectivamente.

Los que hablan son el barrio.

La Asamblea organizó, casa por casa, un relevamiento sanitario, emulando el registro que habían diseñado las Madres de Ituzaingó cuando comenzaron. Detectaron lo mismo: casos de cáncer, abortos espontáneos, leucemias, mucho broncoespasmo, alergias. Entregaron los datos a las autoridades.

Nada.

Entonces, pasaron a hacer piquetes.

Nada.

Por último, decidieron el acampe. “Había un fallo que había ordenado la paralización de las obras y no se cumplía. Nosotros vigilábamos de día, pero los materiales para seguir construyendo los entraban por la noche. Así que un día fuimos a las 2 de la madrugada y comprobamos que la obra seguía. Como nadie garantizaba que Monsanto cumpliera con la ley, lo hicimos nosotros con el acampe”.

La excusa fue el festival Primavera sin Monsanto, pero el acampe comenzó la noche anterior para evitar que el predio fuera acordonado por la policía. “Los madrugamos, literalmente”, cuentan. Al finalizar el festival, el anuncio lo hizo público Sofía Gatica desde el escenario: “De acá no nos movemos”.

Y así fue.

Y así es.

Las venas abiertas

Estamos en la parte de atrás de una carnicería, que es también el living de la casa de una abuela, una madre y una hija que acamparon desde el primer día y durante los cuatro más difíciles meses. Todas fueron golpeadas en cada represión.

La hija: “Yo avisaba al trabajo por teléfono que iba a llegar un poquito más tarde mientras corría de los palos de la patota de la UOCRA. Me acuerdo ahora y me río, porque mi preocupación en ese momento era que no escuchen que me gritaban: ‘hija de puta, te vamos a hacer cagar’.”

La abuela: “A mí me tiraron al piso cuando nos reprimieron en la puerta de la intendencia. A otra vecina le pegaron una piedra en la cabeza y quedó desmayada. Ese día casi tenemos un muerto. Y todo porque queríamos hablar con el intendente”.

La madre: “A los políticos no les interesa escuchar a la gente, quieren que aceptemos sin chistar lo que ellos acuerdan. Nosotras somos gente trabajadora, tranquila, no buscamos dedicarle a una causa nuestras vidas, pero lo hacemos. Y sabemos lo que estamos haciendo y por qué. Tuvimos que aprender términos científicos, analizar información, consultar cifras, comparar datos para aprender a argumentar, para defendernos, pero lo básico está a la vista: Monsanto enferma. Nadie nos puede discutir eso porque es la realidad”.

No son palabras: esta madre es una de las 10 personas de Malvinas Argentinas que se hicieron un análisis de sangre para detectar agrotóxicos en sangre. Fue una propuesta del científico y Premio Nobel Alternativo, Raúl Montenegro, quien tramitó la ayuda de una oenegé holandesa para financiar los análisis en un laboratorio adecuado, incuestionable e imparcial. El dinero sólo alcanzó para 10 casos. Siete dieron positivo. Una es esta mujer que tiene la verdad en las venas.

Cuando se difundieron los resultados, la Defensoría del Pueblo de la Nación envió a Malvinas Argentinas un delegado que se reunió con miembros de la asamblea, funcionarios y periodistas. El dictamen reitera que es responsabilidad de las autoridades municipales, provinciales y nacionales “realizar una evaluación sistemática del estado de salud de la población” en ese barrio. Menciona, también, su preocupación “por el impacto en la salud que seguramente agravará la planta proyectada por Monsanto”.

Una asambleísta lo dice así: “Nosotras ponemos el cuerpo, pero defendemos una causa que no es sólo nuestra: es de todos”.

Otro asambleísta suma: “Nosotros solos nunca hubiésemos podido parar a semejante multinacional. La gente nos apoya porque estamos haciendo algo humanamente correcto”.

Y otro sigue: “Monsanto miente y va a seguir mintiendo y pagando para que se publiquen sus mentiras. Yo no te digo que me creas a mí porque tengo la verdad.  La verdad no la tengo yo: está en los cuerpos de los niños envenenados, en los pueblos empobrecidos, en los muertos. Esa es la verdad. Es una verdad física”.

Y otro: “Somos ciudadanos que luchan por sus derechos porque el Estado no los protege. Estamos desamparados. Y si no lo hacen ellos, lo tendremos que hacer nosotros. Y así seguiremos”.

Otra completa: “No nos queda más que seguir luchando. No nos queda otra: estamos entre la espada y la pared, y no podemos retroceder. Si no habremos perdido estos dos años de sacrificio. Pelearemos por nuestros chicos hasta donde podamos. ¿Qué otra cosa podemos hacer?”

Las frases de los vecinos, gente trabajadora, tranquila, amable, sintetizan la trama de la resistencia: personas comunes y corrientes a las que Nadie atendió ni escuchó, pero a las que golpearon, ningunearon y difamaron. Personas que han decidido defender aquello que Nadie cuida: la salud social.

Dice, entonces, la película:

Nadie ha hecho algo como esto.

Entonces, va a funcionar.

Yuyo

Lina, nuestra fotógrafa, las bautizó Cenicientas y es cierto: tienen la cara tiznada y olor a humo, como la princesa del cuento.

Las chicas del acampe son muy jóvenes, pero saben cosas que muchos desconocemos. Saben resistir represiones (8), dormir en la oscuridad más negra, construir refugios con barro (ya levantaron 3 espacios que usan como cocina, depósito y lugar para reuniones y asambleas), y criar una huerta al costado de la ruta, donde ahora mismo brotan posibles zapallos que alimentarán el guiso comunitario. Todos los días la Asamblea de Malvinas se encarga de llevarles agua y compañía. Tres veces por semana meriendan con una Madre de Ituzaingó. Así se organizaron para esta etapa que definen con una imagen: “Estamos como el piloto de un calefón, encendidos, conectados y alertas”. ¿Qué esperan? “Es posible que en estos días Monsanto presente su estudio de impacto ambiental, con la pretensión de protocolizar así el trámite de autorización de la planta. Otra parodia, que habrá que ver cómo frenamos”.

Por suerte, la multinacional sigue manejando torpemente sus “relaciones con la comunidad”. Se limitó a empedrar dos (2) cuadras y a construir una (1) pequeña pileta en el campo de deportes municipal. Los vecinos denuncian que en los últimos meses, disfrazados de oenegé, han recorrido el barrio, casa por casa, ofreciendo cursos (plomería, electricidad, costura) que se dictan en un predio municipal. “Te pagan para ir, así que muchos vecinos sin trabajo o que buscan mejorar el que tienen, agarran y van, pero eso no quiere decir que los convenzan, sino al contrario: es otra prueba más de cómo usan sus necesidades para engañarlos”.

Dicen que todos los días se aprende algo y la lección, en mi día de acampe, fue ésta: descubrir que existe una sola planta capaz de conjurar los venenos de Monsanto. Los incas fueron los primeros en apreciar los poderes de esta hierba, que también cultivaron mayas y aztecas. Todos los pueblos originarios del sur de América la consideraban una semilla sagrada y el motivo de esta adoración es el mismo que le puso su nombre: Amaranto significa “la que resiste”.

No hay metáfora, entonces, cuando las chicas cuentan que durante todo este largo año, todos los días, arrojaron dentro del predio bombas de barro con semillas de amaranto. Ahora esperan que florezcan en primavera, justo para cuando festejarán (festejaremos) el primer año del primer Fuera Mondiablo.

La película que tengo en mi cabeza me dicta ahora otra frase:

No conozco el futuro.

No vine a decirles cómo va a acabar esto.

Vine a decirles cómo va a empezar.

A dónde vamos después,

depende de ustedes.

Los cínicos dirán que la película es de ciencia ficción, pero no encuentro una manera más certera de transmitirles lo que vi y sentí en ese escenario donde la ficción que es la ciencia hoy se descubre el rostro y revela toda su desquiciada fantasía.

Bienvenidos a Monsan…Matrix.

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