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La moda es chica

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Teoría de la Jovencita: El colectivo francés Tiqqun, dedicada a la filosofía, elaboró una original reflexión sobre el ícono que resume hoy a una sociedad que consume cuerpos y modelos.

La superficie más grosera

Donde dice Jovencita léase siempre y simultáneamente Jovencito. Si se dice Jovencita es sólo porque el cuerpo de la mujer (= la construcción de la mujer) ha sido históricamente la superficie más grosera de efectuación del poder.

Sus características:

La jovencita es la figura del consumidor total y soberano; y se comporta como tal en todos los ámbitos de la existencia.

La Jovencita reduce toda grandeza al nivel de su culo.

La belleza de la Jovencita es una belleza sin contenido y libre de toda personalidad.

A menudo, antes de descomponerse de forma demasiado visible, la Jovencita se casa.

La Jovencita no sirve sino para consumir, ocio o trabajo, lo mismo da.

La Jovencita nunca crea nada; en todo se recrea.

En última instancia, el ideal de la Jovencita es doméstico.

Del mismo modo que no hay castidad en la Jovencita, tampoco hay depravación. Sencillamente, la Jovencita es ajena tanto a sus deseos como a su cuerpo. El tedio de la abstracción fluye con el semen.

Basta con recordar lo que entiende por la palabra “aventura” para hacerse una idea bastante justa de lo que la Jovencita puede temer de lo posible.

El triunfo de la Jovencita tiene su origen en el fracaso del feminismo.

La supuesta liberación de las mujeres no ha consistido en su emancipación de la esfera doméstica, sino más bien en la extensión de dicha esfera a la sociedad entera.

La Jovencita es la mercancía que exige ser consumida a cada instante, pues a cada instante caduca.

La mercancía es la materialización de una relación, la Jovencita es su encarnación. En nuestros días, la Jovencita es la mercancía más demandada: la mercancía humana.

Secretos públicos

No hay nada, en la vida de la Jovencita, ni siquiera en las zonas más ocultas de su intimidad, que escape a la reflexividad alienada, a la codificación y a la mirada del Espectáculo.

Esta intimidad sembrada de mercancías está entregada por entero a la publicidad, por entero socializada, pero socializada en cuando intimidad, es decir que está sometida de un extremo a otro a un común ficticio que no le permite decirse.

En la Jovencita, lo más secreto es también lo más público.

Impecable y eficaz

La Jovencita es aquel para quien forma parte de su propio ser reducir la tragedia metafísica de la finitud a una simple cuestión de orden técnico: ¿Cuál es la crema antiarrugas más eficaz?

La característica más conmovedora de la Jovencita es, sin duda, ese esfuerzo maníaco por alcanzar, en la apariencia, una impermeabilidad definitiva tanto al tiempo como al espacio, tanto a su medio como a su historia, por estar impecable siempre y en cualquier lugar.

El valor de la Jovencita no se asienta sobre suelo interior alguno, o simplemente intrínseco; su fundamento reside únicamente en su intercambiabilidad. El valor de la Jovencita no aparece más que en su relación con otra Jovencita. Por eso nunca va sola.

Atributos

De la identidad de la Jovencita no hay nada que le pertenezca en exclusiva, su juventud aún menos que su feminidad. No es ella la que posee sus atributos, sino los atributos los que la poseen y los que generosamente se le han prestado.

El sentimiento de sí como carne, como un montón de órganos -o bien trufado de óvulos, o bien provisto de cojones-, es el fondo sobre el cual se destaca la aspiración de la Jovencita, y más tarde su fracaso, de darse una forma o cuando menos, de simular una.

La Jovencita es actualmente el más lujoso de los bienes que circulan por el mercado de productores perecederos, la mercancía-faro de la quinta revolución industrial que sirve para vender todas las demás, desde el seguro de vida hasta la central nuclear, el sueño monstruoso pero muy real del más intrépido, del más lunático de los comerciantes: la mercancía autónoma, que camina, habla y hace callar, la cosa finalmente viviente, que ya no capta lo vivo, sino que lo digiere.

Tres milenios de incansable labor de millones de orondos tenderos, generación tras generación, alcanzan su genial coronación en la Jovencita; pues ella es la mercancía que está prohibido quemar, el stock que se engendra a sí mismo, la propiedad inalienable e intransmisible por la que, sin embargo, es preciso pagar, la virtud que sin parar se usa como moneda de cambio, ella es la ramera que exige respeto, la muerte moviéndose en sí misma, ella es la ley y la policía juntas…

¿Quién no ha entrevisto, como en un destello, en su belleza definitiva y fúnebre, el sex-appal de lo inorgánico?

La guerra invisible

Bajo las muecas hipnóticas de la pacificación oficial se libra una guerra. Una guerra de la que, a fuerza de ser total, no puede decirse que sea simplemente de orden económico, ni siquiera social o humanitaria. Mientras que cualquiera presiente que su existencia tiende a convertirse en el campo de una batalla en el que las neurosis, las fobias, las somatizaciones, las depresiones y las angustias son otros tantos toques de retirada, nadie hay que logre captar ni su discurrir ni lo que está en juego.

Paradójicamente, es el carácter total de esta guerra, total en sus medios no menos que en sus fines, el que para empezar le habría permitido ocultarse bajo semejante manto de invisibilidad.

Frente a las ofensivas de fuerza abierta, el Imperio prefiere los métodos chinos, la prevención crónica, la difusión molecular de la coacción en lo cotidiano. Aquí el autocontrol individual y colectivo viene a relevar adecuadamente al control policial general.

A fin de cuentas, es la omnipresencia de la nueva policía la que acaba por hacerla imperceptible.

El perfil

Lo que está en juego en la guerra en curso son las formas-de-vida, es decir, para el Imperio, su selección, gestión y atenuación. El dominio del Espectáculo sobre el estado de explicitación público de los deseos, el monopolio biopolítico de todos los saberes-poderes médicos, la contención de toda desviación por un ejército cada vez más nutrido de psiquiatras, coachs y otros benévolos “facilitadores”, el fichaje estético-policial de cada cual según sus determinaciones biológicas, la incesante vigilancia más imperativa, más cercana, de los comportamientos, la proscripción plebiscitaria de la “la violencia”: todo esto entra dentro del proyecto antropológico o, más bien, antropotécnico del Imperio.

Se trata de perfilar a los ciudadanos.

El desarme de los cuerpos

Salta a la vista que el bloqueo de la expresión de las formas-de-vida -no como algo que vendría a moldear desde el exterior una materia que sin ella sería informa, “la nuda vida”, sino por el contrario, como lo que afecta a cada cuerpo-en-situación con una cierta inclinación, con una cierta moción íntima- no puede ser el resultado de una pura política de represión. Existe todo un trabajo imperial de distracción, de difuminación, de polarización de los cuerpos en torno a ciertas ausencias, ciertas imposibilidades. Su alcance es menos inmediato, pero también más duradero. Con el tiempo y por tantos efectos combinados, se termina por obtener el deseado desarme, en especial inmunitario, de los cuerpos.

Camuflaje

Ahora bien: la estrategia imperial consiste, en primer lugar, en organizar la ceguera en cuanto a las formas-de-vida, el analfabetismo en cuanto a las diferencias éticas; en hacer que el frente sea irreconocible, cuando no invisible; y en los casos más críticos, en camuflar la verdadera guerra mediante todo tipo de falsos conflictos.

La figura de la Jovencita es una máquina de visión concebida a tal efecto. Alguno se servirán de ella para constatar el carácter masivo de las fuerzas de ocupación hostiles en nuestras existencias; otros, más vigorosos, para determinar la velocidad y la dirección de su avance. En lo que cada uno hace se ve también lo que merece.

Modelos

Entendámonos: el concepto de Jovencita no es, evidentemente, un concepto sexuado. No le cuadra menos al canchero de discoteca que a una árabe caracterizada de estrella del porno. El alegre manager de relaciones públicas jubilado que reparte su ocio entre Punta del Este y el despacho en Puerto Madero, donde aún tiene sus contactos, responde a él tanto como la single metropolitana, demasiado volcada en su carrera de consulting para darse cuenta de que ya se ha dejado en ella quince años de vida.

¿Y cómo daríamos cuenta de la secreta correspondencia que liga al homo conectado-hinchado-empaquetado de Palermo Soho con la pequeña burguesa americanizada e instalada en los suburbios con su familia de plástico si se tratase de un concepto sexuado?

En realidad, la Jovencita no es más que el ciudadano-modelo, tal como lo redefine la sociedad mercantil a partir de la Primera Guerra Mundial, como respuesta explícita a la amenaza revolucionaria. En cuanto tal, se trata de una figura polar, que orienta el porvenir, más que predomina en él.

Mujeres & jóvenes

A comienzos de los años 20, el capitalismo se da perfecta cuenta de que no puede mantenerse solo como explotador del trabajo humano, a no ser que también colonice todo lo que se encuentra más allá de la estricta esfera de la producción.

Frente al desafío socialista, también tiene que socializarse. Deberá crear, pues, su cultura, su ocio, su medicina, su urbanismo, su educación sentimental y sus costumbres propias, así como la disposición a su renovación perpetua.

Tal será el compromiso fordista, el estado de bienestar, la planificación familiar: el capitalismo socialdemócrata.

A la sumisión por el trabajo, limitada puesto que el trabajador aún se distinguía de su tarea, le sustituye en el presente la integración mediante la conformidad subjetiva y existencial, es decir, en el fondo, mediante el consumo.

En principio formal, la dominación del Capital pasa, poco a poco, a ser real.

Desde ese momento, la sociedad mercantil irá a buscar sus mejores sostenes entre los elementos marginales de la sociedad tradicional: mujeres y jóvenes, en primer lugar; homosexuales e inmigrantes, después.

Protagonistas del consumo

Gracias a quienes hasta ayer se mantenían en minoría y que, por este motivo, eran los más ajenos, los más espontáneamente hostiles a la sociedad mercantil, pues no se plegaban a las normas de integración dominantes, esta puede darse aires emancipatorios. “Los jóvenes y sus madres han abastecido al modo de vida ofrecido por los anuncios de los principios sociales de la ética del consumidor”, señala Stuart Ewen, en Capitanes de la conciencia.

Los jóvenes, porque la adolescencia es el “periodo de la vida definido por una relación de puro consumo con la sociedad civil”, sigue Stuart Ewen.

Las mujeres, porque es precisamente la esfera de la reproducción, que aún dominaban ellas, la que entonces se trataba de colonizar.

La Juventud y la Feminidad hipoastasiadas, abstractas y recodificadas como Juvenilitud y Feminitud, se verán desde ese instante elevadas al rango de ideales reguladores de la integración imperial-ciudadana.

La figura de la Jovencita realizará la unidad inmediata, espontánea y perfectamente deseable de estas dos determinaciones.

Las figuras

En la hora presente, la humanidad reformateada por el Espectáculo y biopolíticamente neutralizada,  cree desafiar a alguien al proclamarse “ciudadana”. Las revistas femeninas compensan una falta casi centenaria al poner finalmente su equivalente a disposición de los varones. Todas las figuras pasadas de la autoridad patriarcal, desde los políticos al patrón, pasando por el poli y llegando hasta la última de ellas, el Papa, se han visto jovencitizadas.

Son muchos los signos en los que se reconoce que la nueva fisonomía del Capital, no esbozada hasta el período de entreguerras, alcanza ahora su perfección.

El momento de la socialización final de la sociedad, el Imperio, es por lo tanto también el momento en el que se llama a todo el mundo a relacionarse consigo mismo como valor, es decir, siguiendo la mediación central de una serie de abstracciones controladas.

La Jovencita será, pues, ese ser que ya no tiene intimidad propia más que en cuanto valor, y cuya actividad -siempre y hasta en los más mínimos detalles- concluye con su autovalorización. En cada instante se afirmará como el sujeto soberano de su propia reificación.

La misma obstinación desengañada que caracterizaba a la mujer tradicional, confinada en el deber de asegurar la supervivencia, se desarrolla hoy en la Jovencita, aunque esta vez emancipada tanto de la esfera doméstica como de todo monopolio sexuado.

En lo sucesivo se expresará por todos lados: en su irreprochable impermeabilidad afectiva al trabajo, en la extrema racionalización que impondrá a su “vida sentimental”, en su forma de caminar, tan espontáneamente militar, en su forma de follar, de ponerse de pie o de teclear en su ordenador. No será de otro modo como lave su coche.

¡Mientras sea feliz, me importa muy poco ser libre!

La orgánica

A medida que se generaliza el formateo joventicista, se endurece la competencia y decrece la satisfacción ligada a la conformidad. Se revela neesario un salto cualitativo; la urgencia exige que nos equipemos con atributos tan nuevos como inéditos; hay que dirigirse a algún espacio todavía virgen. Así nace, trazo a trazo, la Jovencita orgánica.

La lucha por la supervivencia de la Jovencita se identifica desde este momento con la necesidad del paso a la Jovencita orgánica.

Al contrario que su ancestro, la Jovencita orgánica ya no hace alarde del impulso de no sé qué emancipación, sino de la obsesión securitaria de la conservación. El Imperio está herido en sus cimientos y debe defenderse de la entropía. Llegado a la plenitud de la hegemonía, ya no puede más que derrumbarse.

La Jovencita orgánica será, pues, responsable, “solidaria”, ecológica, maternal, razonable, “natural”, respetuosa, más autocontrolada que falsamente liberada; en dos palabras: atrozmente biopolítica.

Ya no imitará el exceso, sino, al contrario, la mesura en todo.

Como vemos, en el momento en el que la evidencia de la Jovencita adquiere la fuerza de un lugar común, la Jovencita ya está superada, al menos en su aspecto primitivo de producción en serie grotescamente sofisticada.

Sobre esta coyuntura crítica de transición es sobre la que hacemos palanca.

Nuevos interrogantes

Este fárrago de fragmentos no constituye en modo alguno una teoría, a no ser en términos impropios -que bien podrían ser los que quisiéramos utilizar-. Se trata de materiales acumulados al azar de los encuentros, del trato y la observación de las Jovencitas; de perlas extraídas de su prensa; de expresiones recolectadas sin orden en circunstancias a veces dudosas. Mientras las discusiones se tornan cada vez más binarias y binarizantes a nuestro alrededor, Tiqquin señala lo único que creemos que hay que señalar: que se llama libertad a la imposibiidad de discutir las reglas del juego capitalista.

Las jovencitas que somos -que no podríamos no ser- nos obligan a erosionar nuestras identidades, sospechar del éxito, rechazar la competencia en cualquiera de sus modos. Sólo una afectividad que nos arranque de la  trampa individualista puede ser -por momentos- una estrategia efectiva en el poco potente mundo jovencista.

De nada sirve

Si somos jovencitas (si deseamos y tememos como jovencitas) de nada sirve que nos digamos independientes, autónomas, alternativas, anarquistas, punks o revolucionarixs… Si nos medimos, si ponemos nuestra verdad en el mercado (de los cuerpos, de los artistas, de los intelectuales, de los cognitivos…) de nada sirve que nuestras prácticas sean autogestivas o cooperativas. Si huimos de lo que nos excentra, de lo que nos marea y desdibuja, de nada sirve que declaremos libertad (porque la libertad no es la insípida opción entre objetos).

Jovencita es quien ríe cínicamente de sí mismx y de todo lo demás.

Cínico: dícese del acto que se burla de las cadenas propias y ajenas sólo para hacerlas llevaderas. Estetización.

Stand up.

(Pero hay otra risa,

la que conecta, expande, invita

y celebra la mutación.)

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