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La señora de la izquierda

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Militante de los derechos humanos en las épocas más difíciles, fue un emblema de valor y compromiso político. El periodista Diego Rojas la recuerda con este retrato.

La señora de la izquierda

Tuvo tres hijos Catalina Guagnini, a quien todo el mundo conocía como Cata. Tres hijos varones. Guardó los primeros zapatitos de cada uno de ellos y en sus suelas escribió la fecha en la que dieron los primeros pasos. Era su modo de celebrar la independencia de los niños que empezaba al caminar sin la necesidad de ir de la mano de los padres: los zapatos marcaban el momento en que los hijos empezaban a independizarse de ella. Un hecho de libertad que Cata, en su rol de madre, celebraba y decidía guardar en la memoria familiar. Dos de esos tres hijos culminarían muy jóvenes sus días y pasarían a engrosar los listados de militantes revolucionarios detenidos-desaparecidos. Un tercer hijo se exiliaría debido a su actividad política. Nada de esto paralizó a Cata, que se convirtió en una de las dirigentes más reconocidas del movimiento que en plena dictadura de Videla, Massera y Agosti pelearía por el derecho a las libertades democráticas y por la aparición con vida de sus hijos y la de todos los desaparecidos.

Como muchas otras de esas mujeres, mayores ya, se convertiría en una madre de desaparecidos que tomaría sus banderas, que se transformaría en uno de los vectores del movimiento de derechos humanos de izquierda. Llegó a ser una persona que los militares habrían de temer. Nació el 3 de noviembre de 1914, año de guerra mundial, y murió 90 años después, en septiembre de 2004.

Fue docente, con una militancia cercana a la izquierda. Cata formó parte de los comités de apoyo a los republicanos durante la Guerra Civil en España y también militó en los núcleos antinazis en la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial. Era cercana a iniciativas del Partido Comunista, aunque no fue militante orgánica de esa organización. Su destino era otro.

“Yo la incorporé al partido en 1973 -cuenta Miguel Guagnini, hijo de Cata y militante en aquel entonces de Política Obrera, una joven organización trotskista-. Discutía con mis viejos las notas de nuestro periódico y así ella se convirtió en una militante del partido. En esos años se dedicaba a tareas del aparato partidario, colaboraba en la elaboración del periódico. Claro que se definía a sí misma como trotskista”.

Diego y Luis Guagnini, hijos de Cata y militantes montoneros, fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar. Miguel Guagnini también fue secuestrado, dos veces, y sobrevivió. “La primera vez mi vieja recorrió todas las oficinas y por ciertas relaciones familiares me liberaron -cuenta Miguel-. La segunda vez fui secuestrado junto a Pablo Rieznik y la movilización internacional hizo que nos liberaran”.

La entonces esposa de Rieznik había ingresado a la embajada norteamericana para exigir por los secuestrados, y la Unión de Juventudes por el Socialismo francesa amenazó con tomar la embajada estadounidense si no aparecían vivos y libres. Rieznik y Guagnini fueron liberados. Rieznik se exilió en Brasil, Guagnini en Venezuela.

Cata comenzó su militancia por las libertades democráticas en plena dictadura. Acudió primero a la Liga por los Derechos del Hombre, ligada al Partido Comunista, pero la posición conciliadora del PC con el régimen de Videla hizo que un grupo se escindiera y conformara la Comisión de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Familiares se estructuraba en torno a la denuncia política de la dictadura y sostenía la consigna “Aparición con vida y castigo a los culpables”, en momentos en que la dictadura se mantenía en pie.

Sacate la camiseta

Así la recuerda Graciela Lois, miembro de ese centro de acción por los derechos humanos: “Cata pedía puntualidad y decía: ‘Compañeros, sentemos a la Inmaculada en el centro de la mesa, y quitémonos la camiseta de nuestros partidos; nuestros desaparecidos son mas importantes’. Y así, con compañeros de diferentes corrientes, se podía discutir sin agraviar. Fue la enseñanza que nos quedó de Cata: no hay nada que no se pueda discutir ni que impida llegar a acuerdos, cuando el tema nos trasciende. La vida de los compañeros era más valiosa que nuestras pequeñeces”.

El grupo fue infiltrado por los militares. Thelma Jara de Cabezas, madre de un desaparecido, fue secuestrada y estuvo detenida en la ESMA debido a la labor de Julia Sarmiento, que se había convertido en una colaboracionista con el régimen militar. Militar en Familiares era una cuestión de riesgo.

Cenicero clandestino

“Cuando el partido me planteó militar en Familiares, todo fue complejo” cuenta Marcelo Ramal, actual legislador porteño por el Partido Obrero, que desciende de Política Obrera. “Cada vez que llegaba a la sede de Familiares debía dar vueltas y vueltas antes de entrar y después de salir para que no quedara rastro de la actividad. La primera vez que la vi estaba muy nervioso. Recuerdo que fumaba un cigarrillo y dejaba caer las cenizas al piso. ‘Mario, las cenizas al cenicero’, me dijo Cata muy firme y usando el nombre clandestino que yo usaba en aquella época. Así la conocí, retándome. Fue para todos nosotros como una madre. Militamos en la misma célula. Era un orgullo para todos ser compañeros de Cata Guagnini”.

Ramal explica que Cata integraba una especie de tándem con otros miembros de organismos de Derechos Humanos que conformaban la izquierda del movimiento. “Era una dirigente irreductible”, señala.

Al fin de la dictadura, Cata Guagnini fue elegida por el Partido Obrero como candidata a la vicepresidencia. “Teníamos que anudar el período precedente a la dictadura y por eso estaba Gregorio Flores, dirigente clasista de Sitrac Sitram, como candidato a presidente y Cata como vice”, explica Jorge Altamira, fundador del PO. “En ese concepto quien debía acompañar al Goyo Flores era una dirigente de la lucha por los derechos humanos que expresara la lucha que había dado el PO bajo el régimen”.

Con sus canas, con su espíritu confrontativo con la dictadura, con sus vestidos floreados de señora mayor, Cata se convirtió en una de las caras visibles del trotskismo argentino. Nunca dejó de militar en esa organización. Este cronista, que militó de joven en el Partido Obrero, la recuerda octogenaria recibiendo las rendiciones del periódico del PO. Su casa en Boedo siempre fue un centro de reunión de la bohemia y la política. Antes de morir, reunió en su hogar a familiares y amigos para realizar una celebración culinaria y festiva. Fue una militante socialista, revolucionaria. Su nombre encabeza varios locales y centros culturales y un espacio en la Ex Esma, homenaje a su memoria.

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