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Mu85

Muchas Grecias

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Crónicas del más acá.

Y un día desembarqué en el aeropuerto de Atenas.

Atrás quedaban complicadas operaciones financieras, mangazos inoportunos, sumas y restas extravagantes y mi absoluta incredulidad en torno a que fuese posible lo que justamente estaba ocurriendo.

A mi lado Natalia, verdadero motor de la iniciativa, me miraba de reojo con cara de “tengo que hacerlo todo yo con este pelotudo
al lado”
. El referenciado pelotudo (yo)
continuaba con la boca abierta y la mirada perdida, esa muestra de inteligencia que
me destaca.

Nos recibió un colombiano amable y
distante que nos llevó al hotel, en pleno centro de la mítica Atenas. La palabra crisis apareció por primera vez. No sería la última. Y nos advirtió con una media sonrisa que los griegos hablaban un poco más
fuerte que nosotros.

Una precisión admirable. No se sabe si están a punto de agarrarse a trompadas o preparando una misa. Hablan a los gritos y al mismo tiempo, habilidad que yo creía que pertenecía sólo a la Rama Femenina del
Movimiento Humano.

Un mito menos.

Los grecios (inolvidable gentilicio planteado por un estudiante mío en un examen) son amables, ruidosos, casi todos hablan inglés, al turista no le gritan pero si se
nombra (o entienden) la palabra turco, un cierto brillo asesino les aparece en los ojos.

Por supuesto, la lectura del griego me conectó como nada con la sensación del analfabetismo. El idioma griego es imposible para este latino y sudaca, pero la comunicación no. Si se está dispuesto, se logra. Mi inglés es una sumatoria de 12 sustantivos y unos 20 verbos, todos en infinitivo, por lo que mi capacidad de diálogo es una
experiencia digna de la mescalina. Sin embargo, nos entendíamos.

En la estridente caída de los estereotipos por supuesto que no vi fulanos charlando en toga por la Plaza Central. Tampoco
mujeres espléndidas en telas trasparentes mirándome sugestivamente.

Sí vi a los desolados de la vida que abundaban en las calles de Atenas. Especialmente a la noche.

Muchos. De los que ya nada tienen para ofrecer y su hilo depende de las Moiras más que nadie.

La plaza Syntagma es uno de los lugares icónicos de Atenas.

¿A quién se le ocurre ponerle a una plaza Syntagma?

En los correspondientes tours que hice, una guía se estaba doctorando en Filosofía Antigua y otra era Licenciada en Arqueología. La segunda necesitaba alineación y balanceo en su psyqué. Pero ambas eran un despliegue de erudición y precisión en lo destacable, en el detalle imprescindible para entender lo que asombraba a cada
paso. No eran versiones ambulatorias de Wikipedia sino personas que relataban contrapuntos, planteaban dudas y la futura Doctora de Filosofía Antigua se entusiasmaba como nosotros. O como yo al menos.

Y no me trataba de idiota.

Atenas es blanca.

Vista desde el llano es una ciudad
cualquiera, modesta, con un moderno tranvía que la atraviesa y un grupo de
zánganos que frente al edificio del parlamento hacen lo que denominan un pintoresco cambio de guardia cada 2 horas,
ataviados con uniformes tradicionales (que incluyen pollerita y zuecos) que resultan divertidos, porque los militares con estas cosas siempre están al borde del ridículo. Todos.

Desde la Acrópolis, Atenas es blanca. Desde Atenas, a la noche, la Acrópolis brilla. Se esconde en las cuadras y se ofrece en las esquinas.

Grecia es imposible. Sacudida por las impiedades del neoliberalismo, ajustada y estirada, se desborda a sí misma.

Termópilas, Salamina, Corinto, Tesalia, Delfos, la Atenas actual y la Atenas que viven desenterrando debajo de ella misma.

Micenas y los Titanes que la forjaron. El teatro de Epidauro y la consideración de que ir al teatro era terapéutico, no como metáfora si no como parte de un tratamiento.

Olimpia, su pista milenaria y delicada y los Juegos. El Aúriga de bronce. La tumba de Agamenón.

La madeja entre Mito e Historia.

Alguien puede ver un montón de piedras de poco interés, unos edificios en ruinas, unos cuentos más o menos atractivos… qué bueno, qué lindo, ya está. Los vi. Andaban cerca nuestro. No los censuro.

Porque Grecia, como ningún lugar que conocí,  convoca desde lo que se lleva dentro.

Es como el amor, hay que descubrirla y construirla, ni se ofrece ni se esconde.

Está allí. Y encima, mientras andaba recorriéndola, se estaba incubando el triunfo de Syriza. Grecia es el pasado y quién sabe si es el futuro.

Años de enseñanza al pedo de mis
precarias maestras y mis esforzados
profesores. Años de lectura caótica, azarosa, absolutamente pre científica que, de pronto, tomaron musculatura.

Mis enciclopedias con dibujos que mis viejos esforzadamente me compraron
tomo por tomo, que me contaban de
Homero y de esos griegos extraños, locos, ahora estaban ante mí. No sé si somos hijos de Grecia. No sé si lo soy.

Pero hay emociones y encuentros que jamás podré describir ni contar.

Jamás.

Mu85

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