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Hacer lo bueno

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Experiencias latinoamericanas que anuncian el Buen Vivir. En San Pablo, diferentes experiencias compartieron sus prácticas y reflexiones para construir ciudades más democráticas. Preguntas que construyen sus respuestas en comunidades golpeadas por el mal desarrollo.

Hacer lo bueno
El buen vivir es una posibilidad que podría ser comparada con una illa, palabra aymara que significa algo que es, aunque todavía no es todo lo que puede ser, pero ya está siéndolo. Esto parece un trabalenguas, pero es uno de los sutiles secretos que fue comprendiéndose cada vez más en un encuentro ocurrido en San Pablo, Brasil, sobre el Buen Vivir en las ciudades. Allí, 38 integrantes de diversas experiencias sociales compartieron ideas y preguntas sobre bienes comunes, feminismo, agroecología, cooperativismo, relación campo-ciudad y sobre cómo moverse en tiempos resbaladizos e inciertos, que a la vez podrían estar conteniendo una genética del futuro. 

Como una illa.

Baño con champagne

El Buen Vivir, o el Vivir Bien, es un concepto andino que ya tiene rango constitucional en países como Bolivia y Ecuador. Nada tiene que ver con la idea de buena vida que ofrece el mercado, subordinada al consumo. La revista de la aerolínea que lleva a San Pablo ofrece, por ejemplo: whisky para ser uno mismo, un auto coreano (rojo, pero del sur), perfumes femeninos (para damas escotadas), o llevar de viaje a su mascota favorita, con foto de un chihuahua inexpresivo. Uno de sus  artículos postula el Ayurveda do Bom Viver: reconectar nuestras neuronas con nuevas sensaciones. Ejemplo: darse baños de inmersión bajo la luz de unas velas aromáticas bebiendo champán. Mis pobres conexiones neuronales no alcanzaron a descifrar si correspondería bañarse con la dama perfumada o con el chihuahua, por lo que se deduce que el bom viver ayurvédico es solitario.

Ya en San Pablo, el propio conglomerado urbano de 22 millones de habitantes (más de media población argentina), tránsito del infierno, caos metodizado y tendencia a la robotización de la vida (como toda urbe que se precie de tal), hace pensar si el buen vivir en la ciudad no será un oxímoron: una contradicción en sí misma, una misión imposible.

Imaginadores urbanos

“¿Alguien está en contra del buen vivir? El riesgo es que se convierta en un término vacío, despolitizado”, advierte el arquitecto y urbanista Pedro Arantes, profesor de la Universidad Federal de San Pablo cuando le toca hablar en la ronda de intervenciones en el Centro Paulus, que fue una escuela antroposófica y hoy es un hotel abastecido con productos agroecológicos, ubicado en un Área Natural Protegida. El encuentro, organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo, abarcó unas 20 horas de exposiciones y debates a lo largo de tres días.

Arantes discutió al llamado progresismo. En Brasil, el propio gobierno del Partido dos Trabalhadores (PT) en lugar de cumplir su programa de reforma urbana, acentuó la concentración y la desigualdad en las ciudades: “No hubo crítica al desarrollismo capitalista que tiene como símbolo la producción de más y más automóviles. Los autos diseñan y saturan la ciudad, todo se hace en función del tránsito. La base del PT fue el sindicalismo de la industria automovilística, así que, en realidad, nunca se intentó imaginar una nueva ciudad: es una izquierda sin creatividad. Entonces predomina el sistema: el capitalismo es altamente imaginativo”.

Propone, entonces, fomentar grupos de imaginadores urbanos que piensen nuevas formas de democratizar las ciudades. Su caso testigo: Barcelona en Común, la alianza apoyada por Podemos en España, que ganó las elecciones municipales, reivindica el sentido común como estilo de pensamiento y acción: prioriza la participación de los vecinos de los barrios para defender el bien público, generar ideas, proyectos y empleo, y se propone invertir el sistema de decisiones de arriba hacia abajo, por programas basados en mandatos ciudadanos.   

Joaquim Melo cuenta la experiencia de Palmas, el primer banco comunitario de Brasil, que ya tiene 103 entidades similares. Banco Palmas funciona en Fortaleza desde los años 70, facilita mecanismos de construcción comunitaria de barrios y consumo dentro de la comunidad con un sistema de moneda propia (un antecedente del trueque) tan exitoso, que el Estado quiso acusarlos por falsificación de dinero. “Lo que hacemos no es socialismo, pero es recuperar el protagonismo dentro de la lógica capitalista. Creamos redes de ‘prosumidores’, productores y consumidores de la propia comunidad, lo cual genera trabajo urbano y rural, comercio justo, hasta hemos hecho nuestras tarjetas de crédito: ¿O no se puede usar la tecnología para el buen vivir? Todo eso funciona como cuestión de pertenencia, identidad, estimula el trabajo, y genera algo que es importante en el buen vivir: el humor y la alegría en la comunidad, porque estamos haciendo lo que nos propusimos”.

Elogio del quilombo

Laura Cristina integra el MSTB, Movimiento Sin Techo de Brasil, instalada con otras seis familias en Bahía, donde hay 46 ocupaciones similares: “Nuestra consigna es organizarse, ocupar y resistir. Rompemos las cadenas y entramos a lugares desocupados. El 93% de las personas con problemas de vivienda somos negros, porque éste es también un problema racial. Estamos organizando cooperativas de construcción en Bahía, San Pablo y Rio de Janeiro. Pero en Brasil son millones de personas las que tienen problemas de vivienda y buscamos que todo el mundo tenga derecho a la casa. En nuestra ocupación bahiana, de ocho familias, seis son mujeres solas con sus hijos”.

Maura se considera feminista, pero no usa la palabra: “Cuando las feministas blancas hablan del derecho al aborto, las negras estamos tratando de que la policía no mate a nuestros hijos. El tema racial también atraviesa esto. Nosotras creemos que el buen vivir existe, que hay cambios en la forma de pensar, que hay una valoración de la vida y de modos de organizarse no capitalistas, de horizontalidad, de respeto y de tolerancia, incluso religiosa”.

Lo que en nuestra lengua es una palabra peyorativa, prostibularia y racista, adquiere en Maura su verdadero sentido para hablar de una organización comunitaria con lógicas femeninas: “Llamamos quilombos a nuestras ocupaciones de viviendas, en homenaje a los lugares de resistencia y concentración de negros esclavos que hubo históricamente en Brasil. Hoy, en nuestros quilombos, nos cuidamos, cuidamos a los hijos de todos cuando alguien no está. Hay un espíritu de convivencia, colaboración y resistencia para que haya vida”.

Techitos solares

El chileno Lucio Cuenca, del Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales, relata cómo en su país -con un 87% de población urbana- el neoliberalismo puro y duro ha logrado que 600.000 personas queden sin sus fuentes de agua, y que en la zona de Antofagasta la mitad del agua deba ser desalinizada del mar, porque el agua dulce está siendo consumida por las corporaciones mineras. “Algo que me genera esperanza es que empiezan a aparecer resistencias que plantean ‘sin agua no hay ciudad’, porque comprenden que el modelo extractivo incide directamente sobre la vida urbana”. Las corporaciones de todos modos no descansan: Barrick Gold tiene frenado hace dos años su proyecto binacional Pascua Lama por disposición de la justicia, pero sigue allí, invirtiendo, intentando revertir el rechazo social y judicial a un proyecto gigantesco.

Des-pensar

El tema del agua también afecta a San Pablo: 5 millones de personas sufren por la falta de suministro. En línea con esos efectos, la socióloga brasileña Camila Moreno explica: “El concepto de extractivismo parece algo lejano, que ocurre en las montañas o en el campo. Pero las minas, el agronegocio, la soja, la madera, todo es parte del proceso que alimenta el engranaje mayor que es la urbanización. El problema no es la lluvia ni, como dijo Dilma cuando hubo inundaciones, el cambio climático. El problema es la naturaleza mercantilizada, el modelo agrícola, la propiedad privada del suelo y un modelo de ciudad perverso”. Su idea es que habría que recuperar millones de hectáreas que están bajo monocultivo: “Si uno mira racionalmente la estructura material que hemos creado en las ciudades, los edificios, barrios, autopistas, todo eso será absolutamente insustentable de aquí a 15 ó 30 años, a lo sumo. Y no van a poner techitos solares o molinos de viento en lugar de usar combustibles fósiles. Creo que cualquier utopía debería pasar por pensar formas de desurbanización que se puedan discutir de forma democrática, y que propongan otro horizonte de vida, para recuperar socialmente territorios”.

El tema genera debate, como el de pensar si proyectos de desurbanización no podrían ser la excusa para generar situaciones de expulsión de cierta gente de las periferias urbanas. Luego, el economista carioca Gabriel Strautman -especialista en planeamiento urbano y regional- dice a MU: “La idea de desurbanización es una buena provocación para pensar, como la de decrecimiento (que la economía no se vea obligada a un permantente y supuesto crecimiento, que en realidad sólo enriquece a las corporaciones). Pero todavía me cuesta pensar las consecuencias prácticas. Lo interesante es que con la idea de buen vivir estamos abriendo un concepto para preguntarnos cosas. Hay muchas experiencias cooperativas, comunitarias, colaborativas que trabajan con una lógica no capitalista y están proponiendo una transición, nuevos modos autogestivos de hacer las cosas. Entonces creo que hay que pensar un nuevo mundo a partir de este que estamos viviendo, y tratar de disputarlo. Por ejemplo, tan importante como la generación de ingresos y trabajo, es el sentido de justicia que puede haber en una sociedad. Lo digo como economista: es enorme el crecimiento del consumo y acceso a bienes materiales que hemos visto en Brasil, pero el sentido de la injusticia que hay en la sociedad no ha disminuido, ha aumentado. Entonces tan importante como la producción, es el planteo de las relaciones sociales, cómo se involucra la sociedad en el diseño de su propia vida”.

Ampliar el horizonte

El encuentro permite hablar, entre tantos, a la argentina Carla Rodríguez, del Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI), acerca de la construcción cooperativa de viviendas, o a la uruguaya Verónica Silveira sobre las huertas agroecológicas en las escuelas urbanas, o al brasileño Valter Israel del Movimiento de Pequeños Agricultores de Brasil, planteando al campesinado como futuro y describiendo cómo la alimentación en las ciudades, entre tantas otras cosas, depende de lo que se haga en el campo, más allá de la concentración de las industrias alimentarias.

El sociólogo argentino Emilio Taddei rescata la idea de buen vivir como aporte latinoamericano de pensamiento, y una crítica a las posiciones de izquierda que chocan, entre otras cosas, con los límites ecológicos del planeta. “En los países
neo desarrollistas, Brasil y Argentina incluidos, se ve que hay pocas chances de
seguir ampliando el horizonte democrático. Sólo un nuevo ciclo de conflictividad que interpele a las lógicas de estos gobiernos va a poder contrarrestar la contraofensiva neoconservadora. Por eso estos debates son tan necesarios”.

Dar y recibir

El boliviano Mario Rodríguez Ibáñez integra el movimiento Wayna Tambo, Red de la Diversidad, de El Alto, en La Paz. “Un concepto crucial para el buen vivir es el de reciprocidad”, explica a MU. “La solidaridad tiene un sentido positivo, pero yo le doy al otro algo que no tiene y eso termina obligando a la lealtad del otro. Genera dependencia de mi solidaridad, una forma de poder. En cambio la reciprocidad es un proceso de obligaciones mutuas para que circule el beneficio entre todos. Es algo práctico, que nos iguala. Algo cotidiano que genera una ética. Es también una reciprocidad entre las personas, y con la naturaleza. Es lo que explica que, siendo Bolivia una sociedad de las más pobres de la región, no se ven los niveles de miseria que sí se ven en las grandes ciudades supuestamente ricas de Latinoamérica, porque hay una red de amparo, colaborativa, de producción y cuidado en términos económicos, y yo diría políticos. Todo eso tiene que ver con el vivir bien”. 

Lo grande de lo pequeño

La illa fue la palabra aymara presentada por Mario. “Se hace después de la siembra, y antes de la cosecha. Es una fiesta en la que las illas son símbolos, piedras o miniaturas, de lo que uno quiere criar. La cosecha todavía no está, pero está la siembra. Entonces, la illa es la idea de algo que ya es, sin ser todavía, algo que tienes que criar. Para nosotros el concepto tiene una potencia enorme para plantear que, del mismo modo, el buen vivir no es algo a lo que llegaremos en el futuro, atravesando una serie de etapas. Al revés: el vivir bien ya está planteado en muchas prácticas actuales que necesitan ser criadas, potenciadas, para que logren ser plenamente. Esas experiencias sociales, cooperativas, comunitarias, centros de mujeres, suelen ser llamadas micro, pero yo creo que es al revés: abarcan y atraviesan la totalidad de la vida, de las relaciones”.

Por un momento siento que Mario está hablando de lo que suele ser la  agenda de esta revista.

Mario traza un horizonte:

“Las escalas grandes, nacionales, los grandes movimientos, partidos, no pueden comprender y abarcar en su totalidad la vida. La recortan. Entonces la potencia transformadora de estos espacios supuestamente pequeños es fundamental. Son los que en la práctica y cotidianamente cambian la realidad. Por eso, para pensar el buen vivir, miro esas miniaturas que son mucho más que algo pequeño: son ya la transformación. Son ya el
buen vivir, y nos están mostrando cómo puede ser el buen vivir en el futuro, si
sabemos criarlo”.

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