Nota
Ensayo y error: pandemia y sustentabilidad, del sistema agroalimentario a la sobrepoblación urbana
El ingeniero agrónomo Federico Zuberman, investigador docente de la Universidad Nacional General Sarmiento, repasa en este artículo los argumentos e ideas que permiten entender las causas de la pandemia desde dos puntos clave: el espacio habitacional y el sistema agroalimentario. Resalta que por primera vez en la historia de la humanidad los habitantes urbanos superan a los rurales, y analiza cómo la industria alimentaria produjo distintas enfermedades dentro de las cuales el coronavirus no representa la primera ni pareciera ser la última: «Extensos territorios vacíos, -cada vez más vacíos- productores materias primas y aglomeraciones cada vez más densas y superpobladas que consumen y desechan, es la expresión territorial de un modo de vida, un metabolismo social que es necesario repensar y revertir». La producción agroecológica, los mercados de cercanía, el desarrollo rural y la discusión sobre la sobrepoblación urbana, alguna de las claves para para evitar otro desastre anunciado.
Por Federico Zuberman
Investigador Docente (ICO – UNGS)
“Ojalá todo esto pase pronto y todo vuelva a ser como antes”. Esta frase, que tal vez muchos hayamos escuchado o incluso pronunciado internamente como una expresión de deseo, contiene diversas aristas para analizar. Desde la clásica idealización del tipo “todo tiempo pasado fue mejor” hasta la opuesta y casi mesiánica idea de soñar con que llegue aquel momento en el que por fin salvemos nuestras penurias librándonos de todo mal. Pero sobre todo, contiene una contradicción fundamental: si todo vuelve a ser como antes, significa que llegará un momento en el que nos deberemos enfrentar nuevamente a una pandemia que nos obligue a aislarnos, quedarnos en nuestras casas, alterar nuestras actividades cotidianas, modificar nuestros hábitos, etc.
No se trata de un ejercicio de lógica, ni de reflexión sobre la circularidad del tiempo ni mucho menos de un dilema filosófico sobre la (im)posibilidad de modificar nuestro futuro si pudiéramos volver al pasado. Se trata de pensar qué condiciones nos han traído a este punto. Analizarlas quizá nos permita imaginar un nuevo escenario igual “al de antes” pero sin que nos desemboque en el mismo lugar. Suponer que el problema se reduce a un virus que habiendo mutado pasó de un murciélago a un humano no es algo simplemente reduccionista sino más bien negacionista. Negacionista de un contexto que no tiene precedentes en la historia de la humanidad.
Hace varios años, algunos científicos e intelectuales vienen sosteniendo la idea de que estamos transitando una nueva época geológica dentro del período cuaternario: el Antropoceno. Diferente y posterior al Holoceno. La idea central se sostiene en que la actividad humana ha pasado de ser receptora de los cambios geológicos, biológicos y climáticos a ser un actor determinante de los mismos. Evidencia de esto no solo es la triplicación del incremento anual de los niveles de emisión de CO2 en los últimos 50 años y el correspondiente efecto del cambio climático. La pérdida de biodiversidad actual nos ubica en las puertas de lo que sería la sexta extinción masiva de especies (la quinta fue hace 65 millones de años, hacia el fin del cretácico) y es ocasionada principalmente por la destrucción y transformación de ecosistemas que genera la expansión y la intensificación de la actividad agropecuaria. La alteración de ciertos ciclos biogeoquímicos a nivel global, la acidificación de los océanos o el agotamiento de las fuentes de agua dulces también son producto de la actividad antrópica. La humanidad también es hoy el principal responsable en la alteración del flujo de los ríos y los flujos de vapor a nivel global y hay indicios de que la frecuencia y la intensidad de ciertos eventos se han venido multiplicado significativamente por estos mismos motivos. Todo esto en un contexto social cada vez más desigual, donde quienes disfrutan de las utilidades de estos inusitados niveles de actividad económica son cada vez menos y los que padecen sus impactos son cada vez más.
¿Qué tiene que ver todo esto con la pandemia actual? ¿Acaso estas modificaciones en el medio ambiente han inducido una mutación que se suponía aleatoria en un virus que existía hace varios años? No exactamente. Pero ese contexto y sobre todo el hábito y los modos de vida que los seres humanos venimos transitando hace décadas (¿o siglos?) tienen estrecha relación con la pandemia actual. Y es necesario modificarlos para evitar, entre otras cosas, nuevas pandemias.
Especie en tránsito
Empecemos por el principio. Somos una especie biológica situada en un espacio biofísico llamado comúnmente naturaleza. Es hora de abrir los ojos con respecto a esto. Nos relacionamos entre nosotros y con ella a través de las más diversas formas sociales y culturales; nadie duda de ello, pero somos una especie biológica al fin y perteneciente al reino animal. Si la modernidad nos supo ubicar en un diminuto planeta dentro del cosmos, puso al ser humano en el centro de los valores y al ejercicio de la razón como característica distintiva de nuestra especie, la posmodernidad va a durar poco si no somos capaces de ubicarnos en tiempo y espacio y de comprender/actuar frente a los desafíos que se nos presentan.
En ese sentido, repensar la relación sociedad-naturaleza es necesario para esclarecer ciertas cuestiones que nos permiten entender la explosión de la actual pandemia.
Vivimos en un mundo en el que el tránsito de personas de una punta a la otra del planeta se ha hecho algo cada vez más habitual. No solo nuestros niveles de consumo nos llevaron a adquirir paquetes turísticos que nos permiten viajar por el mundo con más facilidad.También nos han obligado a migrar contra nuestros deseos y expectativas para conseguir una vida con algo de dignidad y con acceso a ciertas mercancías. O, en algunos casos, directamente para seguir con vida.
Pero estos hábitos de consumo no solo nos han hecho movernos de una punta a la otra. Estamos moviendo millones de toneladas de productos, que a su vez requieren de miles de millones de toneladas para ser fabricados y generan millones de toneladas de residuos. Todo esto para utilizarlos y desecharlos, en el mejor de los casos, a los pocos días.
Pero además del masivo movimiento de personas y de materiales a nivel global hay dos asuntos claves para entender la explosión de esta pandemia. Dos temas que claramente atañen a la referida relación sociedad – naturaleza y que son parte de una nueva forma que viene tomando esta relación: el espacio habitacional y el sistema agroalimentario.
Experimentos a cielo abierto
Entre los cambios en nuestros hábitos hay uno que es pavoroso: el cambio en la alimentación. Esto no solo se reduce a lo que ingerimos, sino también a cómo se produce, quiénes y dónde lo producen, cómo se industrializa, quienes lo distribuyen, etc. Por eso, no se habla solamente del cambio en los hábitos alimentarios simplemente sino, y sobre todo, de la transformación de los sistemas agroalimentarios.
Los planteos de agricultura industrial, es decir de gran escala, a base de insumos externos tales como fertilizantes de síntesis química, herbicidas, insecticidas, en algunos casos a base de organismos genéticamente modificados, con cultivos bajo cubiertas y establecimientos ganaderos confinados, y con elevados consumos de combustibles fósiles, representan entre un tercio y la mitad de los sistemas alimentarios a nivel mundial. La mayor parte de esta producción, controlada en general en sus distintos eslabones por grandes corporaciones trasnacionales, en lugar de tener como destino los mercados locales recorren miles de kilómetros hasta sus lugares de procesamiento final y consumo.
Vincular directamente el hecho de que un virus de murciélago frecuente en Asia haya mutado aleatoriamente y haya conseguido infectar a humanos poco parece tener que ver con la situación antedicha de los sistemas agroalimentarios. Sin embargo, no parecería tan casual si tenemos en cuenta que en los últimos 15 años hemos atravesado cuatro pandemias (gripe aviar, gripe porcina, ébola y coronavirus), y dos de ellas directamente vinculadas no solo a estos modos de producción agroalimentaria sino además a la misma región de origen que la actual.
Afortunadamente, tanto la gripe aviar como la gripe porcina fueron controladas por haberse desarrollado rápidamente vacunas y por haber mutado a cepas más benévolas. Su origen, precisamente, no fue otro que esos sistemas confinados de producción animal, de escalas incontrolables, en condiciones de baja higiene y con potenciales focos infecciosos que pretenden ser controlados con una elevada carga de antibióticos, suplementos vitamínicos y otros medicamentos. El resultado no es otro que acelerar la presión selectiva y la consecuente generación de resistencia y adaptación de estos patógenos.
El caso particular del ébola y el actual coronavirus no están directamente relacionados. Pero tienen también un vínculo con estos procesos en cuanto a la presión que ejercen estos sistemas de producción agrícola y ganadera sobre los territorios de frontera entre los espacios más antropizados y los más prístinos. Los recientes cambios de uso del suelo y la presión ejercida sobre la biodiversidad ya superan los límites posibles de la sustentabilidad planetaria. Estos procesos no solo alteran la dinámica de los ecosistemas y cancelan múltiples servicios ambientales. La presión sobre los mismos acelera fuertemente los procesos de selección, adaptación y evolución, lo cual permite que ciertos patógenos que no afectaban a los seres humanos sorteen rápidamente barreras naturales que en otras condiciones llevarían mucho más tiempo sobrepasarlas. La globalización de las cadenas agroalimentarias y, como se señaló antes, el elevado nivel de tránsito y movilidad se ocupa de hacer el resto para que esta nueva infección alcance el nivel de pandemia. El hecho de que China haya pasado de ser una economía casi cerrada a convertirse en el mayor exportador mundial -por lejos- en menos de dos décadas es un dato que explica por sí solo la velocidad de estas propagaciones.
No está demás señalar que estos casos, devenidos en pandemias, no son los únicos tipos de enfermedades que venimos incorporando debido a los cambios en los sistemas agroalimentarios. A comienzos del año 2000 la encefalopatía espongiforme bovina -el mal de la vaca loca- puso en vilo a toda la producción ganadera europea. Su causa, aparentemente, radicó en haber alimentado a las vacas con balanceados con componentes de origen animal. Nuevamente, un salto evolutivo que podría llevar miles o millones de años, ensayado en menos de un par de décadas. Lo que se dice un verdadero experimento a cielo abierto.
Las nuevas cepas de Escherichia Coli causantes del Síndrome Urémico Hemolítico, también tienen su origen en los sistemas confinados de engorde vacuno. El mismo combo de miles de animales hacinados bosteando y bebiendo en el mismo lugar, resultó el sitio ideal para que un paquete de antibióticos aplicados continuamente seleccione a los patógenos más virulentos y resistentes.
A este listado, se puede agregar ciertas enfermedades no infecciosas. Los crecientes niveles de diabetes, celiaquía y obesidad en todo el mundo, también están relacionados con los cambios acelerados en nuestra dieta y en nuestros hábitos cada vez más sedentarios.
En definitiva, el modelo hegemónico de producción, circulación, procesamiento, distribución y consumo de materias primas de origen agropecuario (no siempre alimentos) no solo es insustentable por involucrar diversas problemáticas ambientales que se vienen estudiando hace tiempo sino también por sus impredecibles efectos sobre la salud humana. Mientras no modifiquemos esto, este tipo de infortunios va a seguir repitiéndose.
El cambio milenario
Hablar de espacio habitacional lleva casi automáticamente a suponer que estamos hablando de ciudades. ¿Son las ciudades factores causales de esta pandemia? Está claro que la vida en las ciudades no es una novedad. Las primeras aldeas agrícolas datan de hace más de 10.000 años y, se sabe, tuvieron sus problemas sanitarios y padecieron epidemias. Cuando la aglomeración se convertía en hacinamiento, cuando las fuentes de aguas eran las mismas que los sumideros, cuando sus dietas se alteraban bruscamente, esas enfermedades se convertían en epidemias. La historia de las ciudades medievales y sus pestes es bien conocida al igual que la de Buenos Aires del siglo XIX. ¿Cuál es entonces la diferencia con la actualidad?
A fines de la década pasada, entre 2006 y 2010, el espacio habitacional preponderante se revirtió. Por primera vez en la historia de la humanidad, los habitantes de las ciudades superaron en cantidad a los habitantes del espacio rural. Vale insistir con el dato: luego de miles y miles de años de historia (200.000 si consideramos la aparición del homo sapiens o 10.000 si consideramos la aparición de los primeros asentamientos sedentarios) una tendencia fuertemente concentrada en las últimas cinco o seis décadas revierte el hábitat de la población mundial, su modo de vida, la forma de relacionarse entre sí y la forma de vincularse con su entorno; las formas de abastecerse de alimentos; las dinámicas de movimiento y circulación; de administrar los tiempos; de consumir y de desechar; las formas de pensarse.
Asociar la idea de espacio habitacional casi automáticamente con ciudades es un error. Es entendible que esto suceda en un país como el nuestro, con un 92% de población urbana y concentrada en un puñado de tres ciudades. Nos imaginamos habitando ciudades. Pero esto no es ni ha sido lo normal. Un siglo atrás, la mitad de la población de Argentina era rural y desde 1947 ese número viene decreciendo en términos absolutos. Nuestro continente tiene una tendencia similar con un 80% de la población concentrada en ciudades y albergando cuatro de las 20 más pobladas del mundo. Parafraseando a un conocido biólogo molecular argentino: “Esto no está bien, está mal”. Extensos territorios vacíos, -cada vez más vacíos- productores materias primas y aglomeraciones cada vez más densas y superpobladas que consumen y desechan, es la expresión territorial de un modo de vida, un metabolismo social que es necesario repensar y revertir.
Hace tiempo que sabemos que la idea de ciudad sustentable, en rigor, no existe. La ciudad, toma recursos de su entorno productivo, los transforma, los consume y los descarta -en lo posible- hacia afuera de sus límites. Ahora, además, aparece de manifiesto que la bonita idea de juntarnos y densificar el espacio nos acabó obligando a distanciarnos y a aislarnos. La pandemia actual nos viene a traer la evidencia de otro aspecto más -entre muchos- de la insustentabilidad de las Megaciudades. ¿Tendrá el impacto suficiente para generar el efecto corrector?
Sembrar salidas
La pandemia que estamos atravesando va a pasar. Eso es un hecho. Más fugaz o más persistente, va a pasar. Con mayor o menor cantidad de víctimas, con mayor o menor grado de secuelas, va a pasar. Esbozar análisis sobre cómo se va a reconfigurar el mundo de acuerdo a los cambios de hábitos que estamos atravesando en estos momentos resultaría fútil. Por el contrario, la reconfiguración debería venir por el lado de los cambios de hábitos que nos llevaron a esta situación. En especial aquellos que involucran a la forma que viene tomando la -siempre conflictiva- relación sociedad – naturaleza.
¿Tiene sentido seguir priorizando la producción de bienes, la acumulación de riqueza, la reproducción ampliada del capital por sobre los límites que nos presenta la salud y vida de los seres humanos y la salud y la vida de los ecosistemas? La respuesta a este interrogante no es individual sino colectiva. Y aunque lo parezca, no es tan obvia. Hoy están más visibles que nunca los defensores de ciertos intereses mezquinos. Y con un respaldo lo suficientemente robusto como para seguir manejando los hilos a su favor. Sin embargo, existen diversas respuestas que se vienen dando hace tiempo. Respuestas al interrogante y respuestas a esos mezquinos intereses.
Fortalecer sistemas de producción agroecológica, más justos, menos agresivos con el medio ambiente, más saludables, que apunten a mercados locales de proximidad, que posibiliten un desarrollo rural, que brinde oportunidades en el territorio, que no los condenen al vaciamiento y que reviertan la superpoblación de las ciudades, es un camino.
La tarea no es sencilla ni estará exenta de conflictos.
Pero habrá que afrontar este desafío si queremos que «todo esto» pase de una vez.
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

Nota
La Ley del Cáncer: avanza un proyecto que permite fumigaciones con agrotóxicos a 10 metros de viviendas

Una Ley Nacional que proviene del sector del agronegocio avanza en la Cámara de Diputados, impulsada por la UCR y la Coalición Cívica. Se trata de la norma que regula, entre otras cosas, la aplicación de agrotóxicos. El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas. La primera reunión informativa contó solo con oradores promotores de la iniciativa y solo dos voces críticas; crónica de esa reunión y la opinión del médico Damián Verzeñassi, la enfermera del Garrahan Meche Méndez, el abogado Marcos Filardi y Sabrina Ortíz, vecina fumigada y abogada que acaba de presentar un escrito para convocar a audiencias públicas y foros de debate para evitar que se apruebe esta Ley que prioriza el negocio a la salud social y medioambiental. FRANCISCO PANDOLFI
Esta semana se presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley nacional “de presupuestos mínimos de protección ambiental para la aplicación de productos fitosanitarios”. Es decir, de agrotóxicos.
El proyecto fue escrito por la Red de Buenas Prácticas Agrícolas, integrada por más de 80 instituciones públicas y privadas vinculadas con el agronegocio, y dentro del recinto encabezan la iniciativa los diputados Atilio Benedetti (UCR – Entre Ríos), presidente de la Comisión de Agricultura en la Cámara de Diputados, y Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica). La nueva norma ya cuenta con el acompañamiento de 32 legisladores, entre un abanico variopinto que engloba a La Libertad Avanza, Unión por la Patria, UCR, PRO, Coalición Cívica, Encuentro Federal, entre otros partidos.
El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas.

Exposiciones sin consenso
El martes pasado se llevó a cabo una primera reunión informativa en la cual las y los oradores sólo fueron personas, organismos y corporaciones a favor de la iniciativa.
En la comisión conjunta realizada entre Agricultura y Ganadería y Recursos Naturales y Conservación de Ambiente Humano hubo entidades gubernamentales, de productores, de ingenieros agrónomos, de acopiadores, de empresas de tecnología agropecuaria y ONG a favor de la ley. Maximiliano Ferraro expresó que “el proyecto no tiene una mirada sectorial”. Y que “nace de un diálogo. Un diálogo y consenso, que podemos ampliar”.
Sin embargo, se dijo, no hubo invitaciones a voces disonantes.
Las únicas dos ponencias que no se alinearon al lobby de la producción con plaguicidas fueron el diputado Juan Carlos Giordano (Izquierda Socialista – FIT Unidad) y su par Blanca Osuna (Unión por la Patria). Dijo Giordano: “Deben darle espacio a quienes estamos en contra de esta ley. Hay una lista de un montón de organizaciones que quieren venir a exponer las barbaridades que ocurren por el uso de agrotóxicos. Fumigar a 10 metros de ninguna manera puede ser una buena práctica agropecuaria”. Dijo Osuna: “Es indispensable escuchar voces de otros sectores, estamos en falta si no. Los expertos científicos deben estar acá, están ausentes en este proyecto. Primero debe estar la salud, luego la producción”.
La evidencia del modelo
Tras el encuentro del martes, distintos actores se manifestaron en contra del proyecto. Damián Verzeñassi es médico generalista y es el director del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario, desde donde se hicieron desde 2010 a 2019 más de 40 campamentos sanitarios en diversos pueblos de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba para relevar puerta a puerta la situación de la salud en localidades fumigadas. ¿Qué demostraron esos resultados? Que en las comunidades rurales se multiplicaban los trastornos endócrinos, los abortos espontáneos, las malformaciones y el cáncer. Opina Damián: “Si se aprueba esta ley permitiría que se fumigue a 10 metros con productos que pueden generar cáncer de mama, cáncer de tiroides, alteraciones endocrinas en las glándulas, disminución de la capacidad de nuestro sistema inmunológico de defendernos. Por ejemplo, el herbicida atrazina está prohibido en 37 países, pero en Argentina está autorizada. Este tipo de cosas avala la ley que quieren aprobar”.
Sin embargo, el diputado por la Libertad Avanza Pablo Ansaloni, que proviene de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE) dijo en la reunión informativa: “Desde nuestra actividad, que la vengo ejerciendo durante 30 años, manipulamos el cereal y estamos en contacto todos los días con el fitosanitario. Podemos dar fe que no tenemos ningún enfermo”.
Meche Méndez es enfermera de Cuidados Paliativos del Hospital Garrahan y desde hace años viene dando una pelea (casi en soledad) para que exista una historia clínica ambiental que pueda demostrar la relación de los agrotóxicos con las enfermedades. Le dice a lavaca: “El sistema de salud sigue sin considerar el daño, en muchos casos irreparable, que los tóxicos utilizados desde hace décadas en el modelo extractivo están produciendo en el ambiente, los territorios y por ende en los cuerpos de quienes los habitamos, atendiendo los síntomas y/o la enfermedad una vez producida, pero sin asociarlo cómo posibles causa”.
Sobre el proyecto de ley, analiza Méndez: “Sólo puedo compartir mi absoluto rechazo. Ya está comprobadísimo por la ciencia sin conflicto de interés que la deriva (movimiento de plaguicidas en el aire) no tiene control, que los venenos enferman y matan. Necesitamos medidas aún más protectoras de las que tenemos actualmente y sobre todo dejar de usar esos tóxicos. Hago un llamado urgente a los profesionales de la salud, a las sociedades científicas supuestamente comprometidas con la salud y el ambiente a que se expidan y rechacen esta posibilidad criminal de echar venenos a 10 metros”. Remata: “Se sabe que produce cáncer, malformaciones, daños genéticos, un montón de enfermedades y síntomas. Esto no puede salir de la Cámara de Diputados”.
María Luisa Chomiak, de Chaco, es la única diputada de Unión por la Patria que acompañó con su firma este proyecto. Argumentó: “Lo suscribí porque se necesita tener esta discusión. Toda iniciativa es perfectible y no hay nada más importante que la salud. Si se prioriza esto, celebro que estemos discutiendo este tema”. Sin embargo, en el proyecto no figura que la reducción de las distancias va en sentido contrario al principio de «no regresión en materia ambiental» que establece la Ley General de Ambiente y tratados internacionales como el Acuerdo de Escazú. Ni tampoco informa las pruebas científicas ya demostradas sobre la consecuencia de los plaguicidas: desde los efectos letales del glifosato en embriones anfibios, constatado por el ex titular del Conicet Andrés Carrasco, hasta los estudios de Delia Aiassa en la Universidad de Río Cuarto sobre daño genético, que comprobaron el riesgo aumentado de contraer cáncer. A partir de estas investigaciones hubo fallos judiciales en distintos puntos del país prohibiendo las fumigaciones terrestres a menos de 1.095 metros y las aéreas a menos de 3.000.
Antecedentes que enferman
Una de esas localidades es Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires. Allí vive Sabrina Ortiz, una de las tantas personas que se enfermó por agrotóxicos. Perdió un embarazo de casi 6 meses y tuvo dos ACV. Sabrina tiene una particularidad notable: como no encontraba abogados que la defendieran, estudió Derecho y se recibió. Fue amenazada; le mataron a su perro como amedrentamiento. Después de años de denuncias y estudios científicos, la Justicia federal confirmó que el 3 de diciembre de 2025 comenzará el juicio oral contra tres productores agroindustriales por delitos de contaminación ambiental, según la Ley de Residuos Peligrosos (N° 24.051). En la causa se documentaron daños a la salud vinculados a la exposición crónica a sustancias como glifosato, atrazina y clorpirifós.
Sabrina, junto a varios colegas, acaba de presentar un escrito colectivo de abogadas y abogados de Pueblos Fumigados en donde solicitaron a las presidencias de las comisiones de Agricultura y Ganadería y de Recursos Naturales de la Cámara de Diputados de la Nación que convoquen audiencias públicas, foros y videochats de debate antes de tratar el proyecto de ley.
Marco Filardi es abogado especialista en derechos humanos y temas ambientales y es parte de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA. Le dice a lavaca: “Esta norma manda un mensaje a todas las provincias de que este (10 metros fumigación terrestre y dron, y 45 metros aérea) es el estándar mínimo, el piso ambiental y eso no lo podemos aceptar. Gran parte de nuestra población está expuesta cotidiana, sistemática y estructuralmente a la aplicación de más de 7.000 formulados comerciales con autorización vigente por el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) en una cantidad de más o menos 500, 600 millones de litros de agrotóxicos al año. Tenemos el triste privilegio de ser el país que más agrotóxicos por persona y por año usa en el mundo y los resultados están en los cuerpos, están en los territorios”.
Desde los impulsores de la iniciativa no contactaron a científicos, ni profesionales de la salud, ni abogados, ni a ninguna de las organizaciones ambientales. Como por ejemplo la coordinadora “Por una vida sin agrotóxicos Basta es Basta”, de Entre Ríos, que se moviliza todos los martes desde 2018 frente a la Casa de Gobierno en Paraná. “La ley nacional es un ‘copy-paste’ de la que ya tenemos acá, aprobada a finales de 2024 y en la que habilitan fumigar a 5 metros de los cuerpos de agua, a 10 de las plantas urbanas y a 15 de las escuelas rurales. Ellos se amparan en las buenas prácticas agrícolas sin basarse en ninguna evidencia científica, a diferencia de todos los trabajos publicados en Argentina y en el mundo donde se demuestra el impacto que tiene el uso de los venenos sobre la salud y los ecosistemas, más allá de la dosis y la distancia. Lo que genera el daño es la presencia del veneno y si hay evidencia científica ya está: no hay más que hablar”.


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