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Isabel Sarli: La verdadera historia de la morocha

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Más allá del mito que ella construyó dentro y fuera del set, esta es la historia de Coca Sarli, un arquetipo con escote.

Isabel Sarli: La verdadera historia de la morochaToma 1: Isabel en la ducha. Isabel tirada en el pasto. Isabel bajándose el escote. Isabel acariciándose los pechos. Isabel violada por una docena de hombres. Isabel golpeada por su marido… Isabel Sarli entregada a la mirada astuta del director de cine Armando Bó, para quien protagonizó veintiocho películas en las que aparece maravillosa y definitivamente desnuda.

Su primer filme, Un trueno entre las hojas, resultó un viaje iniciático para las fantasías de los jóvenes –y no tanto– de fines de los 50. “No nos dejemos emborrachar por ella, una mujer como ésa es peor que la muerte”, advierte uno de los personajes: Isabel deslizándose por el lago, Isabel da vueltas y brazadas, Isabel deja asomar sus pechos sobre la superficie del agua… Sarli fue la primera mujer en mostrarse de frente y sin ropas en la pantalla argentina. “Me habían bautizado ‘la higiénica’ porque siempre aparecía bañándome”, confiesa ella, risueña.

A principios de los 60, la edición norteamericana de la revista Playboy dedicó –hecho inédito hasta entonces– cuatro páginas a una figura no europea ni estadounidense: “La bella salvaje de las pampas” se titulaba la producción fotográfica en la que la Coca aparecía con el vestido desgarrado de Sabaleros, su segunda película. Ya se delineaba entonces lo que fue una constante en la filmografía Sarli-Bo: las funciones a sala llena, las críticas demoledoras de los especialistas y la censura.

Prácticamente todas las películas de la dupla sufrieron algún tipo de prohibición por atentar contra ”la moral y las buenas costumbres”. O los perseguía el Ente de Calificación Cinematográfica, o les iniciaban juicios penales, o el director pasaba el fin de semana encarcelado. “Y todo era por los desnudos de Isabel. ¿Se puede creer?. Ni que yo hubiera sido un degenerado –argumenta el director en Los filmes de Armando Bo con Isabel Sarli, de Jorge Abel Martin– ¡tengo familia, creo en Dios!. Siempre he dicho que desde la época de los griegos se exaltó la belleza del desnudo a través de la pintura, a través de la escultura. Si fuera por los acusadores argentinos, el David de Miguel Angel no podría estar en la plaza de Florencia”

Hubiera sido digno de alguna de sus películas el viaje en ascensor de Isabel con el integrante del Ente de Calificación Ramiro de la Fuente. La cabina era tan pequeña y el escote de ella tan inmenso que el censor no tuvo más remedio que fijar la mirada en ese abismo que tantas veces había podado con la tijera, según ella misma contó en un reportaje para la edición argentina de Playboy.

Para eludir a los censores debían cambiar los títulos y modificar las tomas. “Muchas escenas las teníamos que filmar dos veces –cuenta Isabel–. En Fiebre, por ejemplo, yo me tenía que tirar desnuda y revolcar en la alfalfa. Armando me decía: ‘Coca, vos ahora te sentís yegua. ¡Sos una yegua! ¡Tenés que comer alfalfa., vamos, comé alfalfa! ¡Las yeguas comen alfalfa!’. Esa era una versión. Después filmamos otra, para la Argentina, en la que yo me retorcía entre gasas blancas. Para la versión nacional yo era una señora desesperada entre tules. Para la versión exterior era una yegua que comía alfalfa”.

Las negociaciones, con cada nueva película eran largas y tediosas. Tanto que, durante la última dictadura militar, fue prohibida La insaciable, director y actriz iniciaron una huelga de hambre sentados en un banco en Plaza de Mayo hasta que el edecán presidencial los intimó a retirarse.

No menos irritantes les resultaban los comentarios negativos de los periodistas y los críticos. Una vez, el director se presentó sin aviso previo a un canal de televisión y se trenzó a cachetazos antes las cámaras con quienes, unos minutos antes, había hablado duramente de la Coca, un producto al que defendía con uñas y dientes.

Bó era impulsivo, furioso, directo. Y nunca dejó de sangrar por la herida.

Ese era Armando.

Esa es la Coca.

Nace la diva

Isabel Sarli: La verdadera historia de la morochaToma 2: Isabel sola, alejada de las cámaras y recluida en su casa de Martínez. Isabel adopta decenas de animales (­papagayos, tortugas, perros, gatos) y a todos les da su apellido. Isabel habla, por la noche, con las dos estrellas desde donde brillan sus muertos más queridos: María Elena, su madre, y Armando, el amor ­ –repite– de su vida.

Sarli y Bo compartieron 25 años y cuatro meses de una relación que era un secreto a voces pero nunca fue oficializada, porque durante esos 25 años y cuatro meses el director de cine vivió con Teresa Machinandiarena, su legítima esposa, sus dos hijas María Inés y María

Jesús y su hijo Víctor, que fue también partenaire de la Coca en varias de las películas filmadas por su padre. En una, incluso, Armando y Víctor se disputan a la misma mujer en un relato que dispara la fantasía pecaminosa del incesto en el inconsciente de los espectadores.

“Nosotros no tuvimos hijos porque a mí me hacía estremecer el dolor de las mujeres en los partos, que vi en el cine. Pero también porque él decía que no podía haber una sexy embarazada y que nuestros hijos eran las películas. Y tenía razón, ¿no? Porque yo tenía que trabajar, trabajar y trabajar”

La diva construyó la versión oficial de su propia vida.

Dice: que nunca fue a bailar, que no tuvo novios durante la adolescencia, que no aceptaba que los actores le dieran besos en la boca, que en las escenas de desnudos quedaba solo el personal indispensable, que fue durante el rodaje de La dama regresa –la película de Jorge Polaco que la devolvió al cine luego de más de diez años– cuando entró por primera vez a un hotel de alojamiento.

Dice también: que aceptó quedarse sin ropa porque lo único que le interesaba era hacer plata, que no quería que su mamá siguiera sacrificándose, que odia a su papá porque la abandonó, que se casó antes de los 20 con Ralph Heinlein, un señor de familia alemana, y que el matrimonio resultó un fracaso, pero que de eso prefiere no hablar

Es lo que repite, invariablemente, en cada uno de los reportajes que concede. El escote lo repite también.

Esa es la Coca

Buenas mujeres

Toma 3: Isabel que regresa. Isabel de nuevo en un set de filmación. Isabel en el escenario de un teatro de revistas. Isabel protagonista de una campaña de ropa de moda. Isabel con escote, otra vez.

En 1996 Sarli aceptó protagonizar La dama regresa, la película de Jorge Polaco y a partir de entonces abandonó su papel de “dama de su casa” para actuar frente al público. “Isabel es una tramposa –hace un guiño el director, que es su amigo– ¿Es solamente una buena mujer que cuida gatos y perros? ¿Será una demagoga? Y si así lo fuera, ¿qué hay de malo? Lo importante es que conforma un personaje alrededor de su figura sin pedir nada prestado. Y eso pocas personas lo logran”.

En el filme, aparece –higiénica– en un jacuzzi, cubierta de espuma. Y cuentan que, al rodar otra de las escenas, en la cancha de Boca, le sugirieron delicadamente que sacara pecho “Si estas lolas me hicieron famosa…¿por qué esconderlas?”

Según Polaco, la grandeza de esta estrella reside en “vivir cinematográficamente lo cotidiano”: Isabel baja por la escalera de su casa con tacos aguja. Isabel deja asomar un par de piernas hermosas. Isabel sostiene a un perro caniche en uno de sus brazos. Isabel mueve su antológica melena.

Sarli, que había sido modelo publicitaria antes de dedicarse al cine, fue recientemente tomada como figura para la campaña Americana al Sur de la firma de ropa Ona Saez, contra todos los preceptos del modelaje de los 90; ese ideal de cuerpos espigados, exageradamente flacos y compensados con cirugías y siliconas. “Isabel siempre transmitió autenticidad, rebeldía –sostiene Santiago Saez, responsable de la marca– Fue una vanguardista que con sus desnudos se adelantó todo lo que después sería la belleza femenina. Con las mujeres argentinas y, en general, con las sudamericanas, pasa lo mismo que con ella: a primera vista parecen un infierno y después aparece su sensibilidad”.

Una de las cosas que la Coca ya no dice es su edad. Pero si los archivos no mienten, Isabel filmó la primera película cuando tenía 21 años; a los 33 fue sucesivamente violada por una docena de empleados de un frigorífico en una secuencia ampliamente recordada de Carne y a los 44, hizo el último filme junto a Bó. Y su cuerpo podía, todavía, más.

En 1992 el cirujano Raúl Matera le extirpó un tumor cerebral. Y se recuperó. Ha engordado y envejecido un poco. Sin embargo ronda los 65 años, hizo temporada todo el verano en un teatro de revistas en Córdoba, y basta verla para darse cuenta que su cuerpo casi no se gasta, la sobrevive de impecable escote.

¿Quién es, entonces, la Coca?

La verdadera Coca

Hilda Isabel Gorrindo Tito –la Coca– nació morocha el 9 de julio de 1936, justo cuando los productores de cine comprendieron que la mujer tenía asistencia perfecta a las salas y en Estados Unidos comenzaba el reinado de las rubias de la Fox. (Shirley Temple, Sonja Henie, Alice Faye).

Las películas, los radioteatros y las novelas populares eran, por entonces, los tres pilares culturales de un sector femenino numéricamente importante en la Argentina. Producciones de ese universo paralelo, todavía difuso y ajeno a la crítica de los especialistas, que se volvió un fenómeno masivo incluso mientras era ignorado por la cultura consagrada y oficial: las historietas, las fotonovelas, las revistas de hobbies y divulgación, los cursos por correspondencia, las historias por entregas y otros resabios del folletín que circulaban en los quioscos. Ese subterfugio llamado “literatura popular” era también el lugar de pertenencia de las películas de la dupla Bó-Sarli.

La matriz sobre la que se edifica la narrativa clásica del cine latinoamericano es el melodrama. –explica Ricardo Manetti en Cien años de cine–. En la Argentina, el modelo, en los años iniciales de la industrialización cinematográfica, deriva de la fórmula de la letra de tango. El guión despliega los tópicos románticos de la canción en la que generalmente se habla de un bien perdido: la mujer, a quien se representa como causante de todos los males (la devoradora) o como la muchachita buena capaz de simbolizar en el futuro el espacio seguro significado por la madre”. Estos modelos son parte del imaginario que cruza los filmes de la pareja.

El éxito de la dupla, a partir de fines de los 50, coincide con la renovación cinematográfica que los franceses exportaron al mundo, con el nombre de nouvelle vague. En

Gran Bretaña se llamó Free Cinema, en los Estados Unidos New American Cinema, en Brasil Cinema Novo y en la Argentina Nuevo Cine.

Bó no desconocía a esos vanguardistas en el manejo del montaje, las técnicas de rodaje y la libertad creadora, nucleados en torno del mensuario francés Cahiers du Cinéma (Claude Chabrol, Francois Truffaut, Jean Luc Godard, Eric Rohmery

Pero su universo de pertenencia era otro.

No obstante, con gran picardía comercial, tomó como modelo a un precursor de la Nouvelle Vague para hacer un contrapunto nacional. En 1956, Roger Vadim filmó Y Dios creó a la mujer , la película que conmocionó a Europa con el desnudo de la jovencísima Brigitte Bardot. El director creó un nuevo sex symbol femenino que –según la escritora Simone de Beauvoir– desafía ciertos tabúes aceptados por la generación precedente, particularmente aquellos que niegan a la mujer su autonomía sexual”. El filme, que provocó escándalos en cada lugar donde fue exhibido, fue estrenado en la Argentina con 18 minutos menos.

Y el demonio creó a los hombres, se tituló Bó a la versión autóctona, protagonizada –quién si no– por la Coca.

En 1957, el mismo año que comenzó el rodaje de El trueno entre las hojas, se editó en Barcelona el libro Belleza. Sea atractiva, siempre joven y más feliz, de Rosalía Vander, un compilado de feminidad predigerida, cuyo espíritu no difería de las revistas que pautaban los sueños de las mujeres argentinas cada semana.

“¿Cómo nos pondremos pues de acuerdo sobre lo que es la belleza femenina? – se pregunta y se responde Rosalía– Creo que, para comprenderla debidamente, convendrá considerar tres aspectos fundamentales de ella que son los siguientes:

1. Los dones naturales de la belleza femenina, o sea los que tendría la mujer tal como fue creada, es decir, en estado sano, normal y sin taras.

2.Los atributos que a la mujer natural añaden la educación y la cultura.

3. El realce que le da el arte de embellecerse (cosmética, peinado, arte de vestirse) que en realidad no debe cambiar la belleza de la mujer sino darle mayor relieve, a la vez que mejor presentación”.

Por lo menos en el caso de la Coca, los mandatos bíblicos de Rosalía se hicieron verdad:

“El cabello abundante y largo es una de las características de feminidad. De ahí que una mujer poseedora de una hermosa cabellera tenga mucho en su favor para su atractivo femenino, aunque modernamente predomine la moda del cabello corta”.

Efectivamente Isabel tenía el pelo por arriba del cuello cuando azarosamente –se había enfermado la modelo contratada– empezó su carrera publicitaria. Fue fotografiada para los anuncios de calefones, cocinas, agencias de turismo, jabones, arroces y soutiens. Pero fue sin dudas su modo de acomodarse y acariciarse esa cabellera morocha y larga en las películas, el que comenzó a inquietar al imaginario masculino, que ya intuía la proximidad de su soberbio desnudo en la pantalla.

Por los 50, el platinado de las chicas de la Fox fue travestido en ícono por Marilyn Monroe, esa rubia bella, y un poco tonta, que surgió de la pantalla y se volvió el mito erótico más universal y perdurable del siglo XX. Para la misma época, la Argentina exportaba al mundo a una morocha de pelo largo con una sensualidad que ni era blonda, ni glamorosa, ni cantaba Happy Birthday Mister President.

Si bien no todas las películas dirigidas por Bó se desarrollaron en ambientes marginales, el erotismo que consagró a Sarli estaba rodeado de hombres de piel curtida, de obreros, de frigoríficos, de caballerizas, de violencia. Tenía cuerpo –carne–, era real: “nacional y popular”, por decirlo con los términos peronistas de la época.

El general Juan Domingo Perón fue elegido presidente de la Nación en 1946 Y un año después consagraba el voto femenino en la Argentina, que se implementó por primera vez en el 51, por impulso de su esposa Eva Duarte: esa figura mítica, tan idolatrada como odiada.

Bó conoció a Evita antes de que fuera primera dama, durante el rodaje de La cabalgata del circo (un trabajo de Mario Soffici), cuando ella, morocha, todavía no se había teñido el pelo de rubio ni se lo ataba con su emblemático rodete. Era su enamorado secreto en ese filme donde la estrella era Libertad Lamarque. Cuentan que la diva le dio un cachetazo a Evita, harta de sus llegadas tarde, ocasionadas por sus incursiones políticas, los tres radioteatros en los que trabajaba y –sobre todo– su romance con el entonces coronel (1944).

Perón, en cambio, ya estaba en la Casa Rosada cuando recibió en su despacho a Sarli, flamante ganadora del concurso para Miss Argentina. La morocha Isabel (90-58-90) reemplazó en el podio a Ivana Kislinger, una rubia de tipo nórdico.

“Usted es la más importante de mis embajadores”, le dijo el mandatario antes de que Miss Perón viajara a disputar el puesto de la primera belleza del mundo. No lo consiguió y, a su vuelta, el general había sido derrocado por el golpe militar encabezado por ….

Pero la Coca siguió siendo justicialista más allá de todo. “Antes que nada, soy peronista”, declaró cuando hizo campaña a favor de la primera elección de Carlos Menem, en 1989. Y cuando el filme de Polaco –su película retorno– estuvo a punto de perder el crédito del Instituto del Cine, Sarli recurrió a Jorge Antonio, íntimo del entonces presidente de la Nación.

Sacar pecho

Isabel se incorporó al universo del cine en la época “de las grandes divas, de las mujeres que sacan pecho, que beben champan para calmar la jaqueca y miran a los hombres desde arriba”, al decir del crítico Claudio España. Sus escotes corazón intentaban reanimar una industria que, aunque a poco de andar, estaba ya en crisis. En esos años 50, Bó fue el principal exportador de películas argentinas: los desnudos de la actriz llegaron hasta Rusia, llevados de contrabando desde Cuba y hasta inspiraron los versos de un poeta chino en Beijing.

En 1931 se estrenó en Buenos Aires la primera película argentina sonora: Muñequitas porteñas, escrita y dirigida por José Ferreira. Surgieron, a partir de entonces, las grandes estrellas nacionales (Tita Merello, Libertad Lamarque, Mercedes Simone) de actuación y canto simultáneo. La voz pasó a ser condición fundamental para el séptimo arte. Pero cuando –años después– Isabel apareció en la pantalla, no sabía hablar ni bailar.

El guión de Y el demonio creó a los hombres indicaba que la protagonista debía ejecutar una danza sumamente sensual en un escenario natural, en Punta del Este.

–Pero Armando, yo no sé bailar, se desesperó la Coca.

–Si no sabés, aprendé, fue la respuesta que la dejó sin opciones.

En Un trueno entre las hojas sus parlamentos aparecen doblados por Eva Dongé y, aunque frente a ese colosal desnudo en cámaras pocos espectadores repararon en su voz, los críticos pusieron en duda desde el vamos sus dotes actorales: un erotismo básico y de movimientos estereotipados.

“Soy pavota, pero no tanto como para creerme una actriz”, repite Isabel cada vez que le preguntan y jura que actuó una sola vez en su vida, cuando engañó a Bó respecto de la enfermedad terminal que padecía. Es una vieja astuta, porque sabe que no dice poca cosa.

Lo que consiguió, lo logró a la fuerza. “Armando me explicaba. O me tiraba por una escalera, para darme susto. O me metía la cabeza en un tacho donde estaban quemando hojas húmedas, para que medio me ahogara y diera congestionada y con miedo. Bueno, ahora he mejorado un poco: ya me puedo asustar mejor, y sola”.

La primera película de Sarli está basada en un cuento del reconocido escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. También tuvo a su cargo el guión del filme. “Armando era un poco diablo para poner a la gente en aprietos. Una vez me llevó a una radio en Buenos Aires y dijo: ‘acá el señor Roa Basto vino para hablar de los progresos que ha hecho últimamente Isabel Sarli como actriz”, recuerda el escritor en El trueno entre las páginas, un libro de diálogos con Alejandro Maciel, de próxima aparición. “Yo me defendí diciendo que mi cultura cinematográfica era muy precaria. Pero observé -y ahí vino mi pequeño desquite- que Isabel Sarli antes se bañaba desnuda y ahora se enjabonaba. Porque en la última película usaba un pan de jabón Federal del tamaño de un ladrillo”.

El autor estaba radicado en Buenos Aires cuando, en 1953, publicó El trueno entre las hojas, su primera colección de cuentos. Y es por ese libro (junto a La Babosa de Gabriel Casaccia y Follaje en los ojos de José Rivarola Matto) que la narrativa paraguaya empieza a adquirir distinción y atención internacional. No por casualidad estas ficciones, de realismo crítico, fueron escritas por exiliados que habían abandonado un país que tras la sangrienta guerra civil de 1947 soportó –entre 1955 y 1989– la dictadura del general Alfredo Stroessner, una de las más largas de la historia americana.

Entre la versión original de Roa Bastos, el guión que él mismo escribió y la historia que finalmente quedó plasmada en el filme hay diferencias sustanciales. El cuento, que denuncia la explotación de trabajadores en la zafra, no tiene la carga erótica que le indicó la intuición comercial de Bó. “La película está hecha ‘a la sua cadenza’ como diría un italiano. Una tarde, como tantas veces sucede en estos climas subtropicales, de un cielo a pleno sol pasamos a un nublado cerrado, oscuro. Él pensaba filmar varias secuencias ese día pero el tiempo no daba porque esas escenas eran diurnas y en exteriores. Entonces de un golpe arrancó las diez páginas del guión que no se podían filmar y pasó a otra cosa. Yo primero creí que era una broma pero no, era en serio. Armando -le dije- ahí va uno de los episodios más terribles de la obra. No, no importa -me dijo él- igual esto es muy largo y no hay sol”, recordó el escritor en un mail enviado especialmente a Gatopardo.

La historia era, en verdad, un pretexto para aplicar la fórmula del éxito: un poco de sexo, algo de violencia, música, paisajes nacionales o latinoamericanos y ciertos toques kitsch. Siempre el mismo cóctel. El de un erotismo primario, naif y moralizante.

El trueno entre las hojas fue estrenada en 1958 pero ya durante su rodaje –iniciado un año antes– había comenzado a tejerse el mito Sarli. Isabel viajó a filmar a Misiones? con su madre, la primera en poner el grito en el cielo cuando Bo sugirió filmar el primer desnudo real del cine argentino. “El de Olga Zubarry en La Casa del Ángel fue trucado”, aclara el periodista de la farándula Néstor Romano en Isabel Sarli al desnudo.

Cuenta la leyenda que Bó le aseguró a la actriz que iba a filmarla de lejos y que casi no se la vería y que hasta la hizo asomarse por el ojo de la cámara para que lo comprobara por sí misma. Eligieron un lago alejado, dejaron a María Elena en el campamento y para envalentonar a la Coca, Bó le dio whisky en una cantimplora. Y ella que –asegura- nunca había bebido se mareó al instante. El mito detrás de bambalinas.

–Anda sacándote la ropa –le dijo Armando e Isabel sintió que le temblaba todo el cuerpo.

–Metete al agua, Coca– le ordenó mientras, detrás de cámara, se deleitaba por las imágenes que le anticipaban la gloria.

En la privada le mostraron a Isabel la película cortada recién la vio entera en el estreno y ahí pasó lo del cenicero. Cuando descubrí la mentira me enojé tanto que le rompí el escritorio de vidrio con un cenicero

La película fue prohibida para menores de 18. “Su cuerpo es demasiado insinuante, provocativo, es casi indecente por los sentimientos que provoca”, argumentó uno de los censores.

Bó –que antes de El trueno Armando ya había producido mas de una decena de películasno sólo dirigió a Sarli sino que actuó en casi todos los filmes. Como redentor de la diva, por supuesto.

Isabel se negó a ser dirigida por otro que no fuera él: le dijo que no a Daniel Tinayre y a Lucas Demare. Solo fue forzada a aceptar, por el propio Bo, la propuesta de Leopoldo Torre Nilsson –uno de los pocos que defendía a la dupla frente a los críticos– para trabajar en Setenta veces siete. ”Entonces no me voy a desnudar”, fue la condición que puso Isabel Probablemente fue entonces cuando, para convencerla, Torre Nilsson le pidió prestadas las manos a Armando para acariciar a la diva.

Hacerse valer

Toma final: La historia es como la del huevo o la gallina: ¿Quién fue primero: Sarli o Bó? ¿Quién creó a quién?

La Coca es una mujer de presencia y carácter: para pelear precios de los diseños de Paco Jamandreu, para defender su porcentaje en las ganancias y hasta para repartir alguna cachetada o tirarle una taza de café en la cara al propio Bó. Sin embargo ella siempre aceptó mostrarse como sumisa frente a la severa María Elena y, luego, ante el amor de su vida. “A lo mejor yo, por dentro, era más libre que mi mamá y que Armando, pero me dejé someter para que me quisieran”, dejó entrever alguna vez. Cada tanto, como al pasar, deja filtrar algunas verdades a su historia oficial: “A mí me gusta proteger niños y animales, pero hombres no”, “hay que desconfiar de los tímidos: somos capaces de proezas inimaginables”.

¿Quién es entonces la Coca? Según la mitología griega, la belleza está tutelada tanto por Afrodita, la diosa armónica y dulce, como por Pandora, pérfida y fatal. Entre esos dos arquetipos fue construida, históricamente, la feminidad.

Isabel supo que para salvar sus desnudos debía darle tranquilidad moral a los espectadores. Ella podía mostrarse sin ropas frente a las cámaras, sí, pero además tenía que ser una mujer de su casa, que cuidara de sus animales, que resultara maternal y fiel de por vida. Por eso el público la ama.

“Eres una mezcla de ángel y demonio”, le dice a Isabel la actriz Bárbara Mujica a Isabel en Fuego (1968), mientras la acaricia sin pudor. Y en esa escena de lesbianismo –una de las primeras filmadas en el cine argentino– se explicita el entramado del mito Sarli: desnudarse para quedar oculta tras esos pechos inabarcables. El escote, pues.

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Romo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”. José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Romo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Romo y Ricargo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando fue el atentado fue este hospital el que recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El Hospital Escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimentan la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

Un abrazo contra la motosierra

Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de 150$ por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Nota

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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Nota

La Ronda en la mirada de Lucía Prieto

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Sexta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa Lucía Prieto. Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Cuando Alejandra López y Claudia Acuña me propusieron hacer este registro pensé  en el concepto de ronda, en la perfección del circulo, en lo mandálico de la continuidad, que no se distingue dónde termina y dónde comienza otra vez. Pensé en los jueves a lo largo de los años, en lo infinito, en la necesidad de lo grupal para que su movimiento sea fluido, en la potencia de lo colectivo. Las madres convirtieron la orden de circular en una astuta rebeldía infinita, que como todo lo que conlleva movimiento, es también transformadora. 

Fue, entonces, la idea de continuidad y de legado la que me hizo construir mi relato en el diálogo entre la juventud y las madres.

Entre esxs jóvenes están NIETES que así ,en inclusivo, se definen cómo la tercera generación en lucha: “Somos nietes de los 70 e hijes de la lucha de los 90“. Nacieron desde la necesidad de mantener viva la memoria y como las madres, entendieron que la fuerza de la resistencia reside en lo colectivo.

La Ronda en la mirada de Lucía Prieto

Sobre Lucía Prieto

Nací en 1984 en la ciudad de Buenos Aires, pero crecí y me crié en el Oeste del conurbano

bonaerense. Desde 2004 resido y trabajo en CABA. Me dedico a la fotografía hace más de 12

años y, aunque mi formación fue primariamente autodidacta, tuve la suerte de encontrarme con muchxs  maestrxs en el camino. Mis ejes de trabajo y mis intereses se centran en los feminismos, los derechos humanos y las problemáticas socioambientales.

La Ronda en la mirada de Lucía Prieto
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LA NUEVA MU. La vanguardia

La nueva Mu
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